jueves, 3 de diciembre de 2015

CRÓNICAS DE LOS VIAJES DE MANGUO DE BIGOT. PARTE II



Señor escribano, tome buena nota y si tiene que hacer una pausa para descansar o trabajar la baticao no dude en interrumpirme, es importante que toda la historia quede reflejada...

Entonces yo era joven, acababa de licenciarme en Oxfordseb y comenzaba a salir cada mañana con mi padre a atender los negocios familiares. El bueno de Mangalón, vuestro abuelo, se entregaba a la labor de presentarme a los cabezas de familia de las grandes dinastías burguesas de Manguara: los Moustache, los Baffi, los Schnurrbart ...) y enseñarme las nociones básicas que no se aprenden en Oxfordseb: sobornar a los agentes de aduanas, agilizar los trámites administrativos con prebendas y detalles y ser espléndidos en las aportaciones familiares a la corona. Porque como sabeis, en aquellos tiempos Manguara era uno de los siete reinos, cuyos designios estaban en manos de los Barbilampignos.

Aquel muchacho cuya pelusa facial, ni por asomo podría conformar los bigotes handlebar que vuestro anciano padre luce hoy, estaba más preocupado por montar señoras y salir de farra que por gestionar el tránsito marítimo de los containers cargados de futbolistas... No tenía la habilidad para los negocios de mis hermanos mayores, ni la ambición que siempre les ha guiado pero una llama empezaba a arder en mi pecho, el afán por conocer tierra remota, por descubrir mundos desconocidos y contactar con otros seres.

Aquel año desfilaría en la procesión de la escoba escrótica colectiva, donde los jóvenes una vez alcanzada la mayoría de edad desfilan por la avenida principal de Manguara con la mitad inferior de su cuerpo desnuda de solemnidad y en formación marcial, con las melenas escrotales totalmente lacias y estimuladas con ungüentos, crecepelos y afeites barren el pavimento en una suerte de rito iniciático. Llevaba la vida entera untándome con toda clase de productos, para estimular el crecimiento y el vigor piloso de mi bolsa escrotal, había conseguido lo que los viejos llaman una crin veteada, de una longitud y belleza que sin duda me harían merecedor de encabezar la comitiva y portar el sacro estandarte de mi promoción, pero algo se torció aquel año...

La tarde de los fastos de la mayoría de edad, la plaza mayor de Manguara era un auténtico hervidero humano, los músicos y trovadores amenizaban los bailes y la gente se preparaba para el acontecimiento más esperado del año. Después de hacer sonar las bocínas reales, salió al balcón principal de palacio la familia real Barbilampigna, con su corte de extranjeros mondos y pelones para anunciar algo importante.

El rey se colocó en primer término y se dirigió a los presentes para promulgar un Real Decreto Ley mediante el cual todo varón manguarense debía depilarse el escroto, pubis, perineo y aledaños hasta el mismísimo nacimiento del vello, sin que pudiese atisbarse en las zonas pudendas desnudas otro color que no fuera el carne, bajo pena de desterramiento o muerte.

Se abrieron los cuarteles de la guardia y nos apresaron a los procesionantes para atarnos a estacas clavadas alrededor de la plaza. Entonces bajó uno de aquellos extranjeros, uno de aquellos álopes inmundos, ese al que llaman skulltatoo, que por aquellos entonces no era otra cosa que un vulgar aprendiz de hechicero, un prestidigitador barato, un tahur de tres al cuarto. Venía armado con una maquina de afeitar eléctrica y una maquinilla azul, y se dirigió a la multitud describiendo una arcadia feliz donde todo humano le comería los huevos al prójimo y el rasurado estimularía esa sucia pulsión...

Los notables líderes de las familias blasfemaron, gritaron y tomaron la palabra, para exhortar a aquel sucio hombrecillo a no insultar a Manguara, el faro del continente inguinal, la reserva pilosa de occidente, cuna de la civilización con mayúsculas. Convertir a la gloria de Manguara en unos vulgares colibríes escrotales era indigno.

El álope cortó de un rasurado certero la melena escrotal de uno de los procesionarios, un compañero de Oxforseb al que nunca he vuelto a ver desde ese día, y súbitamente se incorporó con espasmódicos bailes a un grupo de peleles que danzaban al son de una musiquilla que escuchaba entonces por primera vez... La temida compañía danzante de Georgio Aresu...

Hijos de puta, grité con la fuerza de mis pulmones, sumándome a una multitud enfervorecida que sólo quería sangre...


Hijos míos aquella fue la primera vez que maté a un hombre, luego vendrían muchas otras...

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