Señor escribano, tome
buena nota y si tiene que hacer una pausa para descansar o trabajar
la baticao no dude en interrumpirme, es importante que toda la
historia quede reflejada...
Entonces yo era joven,
acababa de licenciarme en Oxfordseb y comenzaba a salir cada mañana
con mi padre a atender los negocios familiares. El bueno de Mangalón,
vuestro abuelo, se entregaba a la labor de presentarme a los cabezas
de familia de las grandes dinastías burguesas de Manguara: los
Moustache, los Baffi, los Schnurrbart ...) y enseñarme las nociones básicas
que no se aprenden en Oxfordseb: sobornar a los agentes de aduanas,
agilizar los trámites administrativos con prebendas y detalles y ser
espléndidos en las aportaciones familiares a la corona. Porque como
sabeis, en aquellos tiempos Manguara era uno de los siete reinos,
cuyos designios estaban en manos de los Barbilampignos.
Aquel muchacho cuya
pelusa facial, ni por asomo podría conformar los bigotes handlebar
que vuestro anciano padre luce hoy, estaba más preocupado por montar
señoras y salir de farra que por gestionar el tránsito marítimo de
los containers cargados de futbolistas... No tenía la habilidad para
los negocios de mis hermanos mayores, ni la ambición que siempre les
ha guiado pero una llama empezaba a arder en mi pecho, el afán por
conocer tierra remota, por descubrir mundos desconocidos y contactar
con otros seres.
Aquel año desfilaría en
la procesión de la escoba escrótica colectiva, donde los jóvenes
una vez alcanzada la mayoría de edad desfilan por la avenida
principal de Manguara con la mitad inferior de su cuerpo desnuda de
solemnidad y en formación marcial, con las melenas escrotales
totalmente lacias y estimuladas con ungüentos, crecepelos y afeites
barren el pavimento en una suerte de rito iniciático. Llevaba la
vida entera untándome con toda clase de productos, para estimular el
crecimiento y el vigor piloso de mi bolsa escrotal, había conseguido
lo que los viejos llaman una crin veteada, de una longitud y belleza
que sin duda me harían merecedor de encabezar la comitiva y portar
el sacro estandarte de mi promoción, pero algo se torció aquel
año...
La tarde de los fastos de
la mayoría de edad, la plaza mayor de Manguara era un auténtico
hervidero humano, los músicos y trovadores amenizaban los bailes y
la gente se preparaba para el acontecimiento más esperado del año.
Después de hacer sonar las bocínas reales, salió al balcón
principal de palacio la familia real Barbilampigna, con su corte de
extranjeros mondos y pelones para anunciar algo importante.
El rey se colocó en
primer término y se dirigió a los presentes para promulgar un Real
Decreto Ley mediante el cual todo varón manguarense debía depilarse
el escroto, pubis, perineo y aledaños hasta el mismísimo nacimiento
del vello, sin que pudiese atisbarse en las zonas pudendas desnudas
otro color que no fuera el carne, bajo pena de desterramiento o
muerte.
Se abrieron los cuarteles
de la guardia y nos apresaron a los procesionantes para atarnos a
estacas clavadas alrededor de la plaza. Entonces bajó uno de
aquellos extranjeros, uno de aquellos álopes inmundos, ese al que
llaman skulltatoo, que por aquellos entonces no era otra cosa que un
vulgar aprendiz de hechicero, un prestidigitador barato, un tahur de
tres al cuarto. Venía armado con una maquina de afeitar eléctrica y
una maquinilla azul, y se dirigió a la multitud describiendo una
arcadia feliz donde todo humano le comería los huevos al prójimo y
el rasurado estimularía esa sucia pulsión...
Los notables líderes de
las familias blasfemaron, gritaron y tomaron la palabra, para
exhortar a aquel sucio hombrecillo a no insultar a Manguara, el faro
del continente inguinal, la reserva pilosa de occidente, cuna de la
civilización con mayúsculas. Convertir a la gloria de Manguara en
unos vulgares colibríes escrotales era indigno.
El álope cortó de un
rasurado certero la melena escrotal de uno de los procesionarios, un
compañero de Oxforseb al que nunca he vuelto a ver desde ese día, y
súbitamente se incorporó con espasmódicos bailes a un grupo de
peleles que danzaban al son de una musiquilla que escuchaba entonces
por primera vez... La temida compañía danzante de Georgio Aresu...
Hijos de puta, grité con
la fuerza de mis pulmones, sumándome a una multitud enfervorecida que
sólo quería sangre...
Hijos míos aquella fue
la primera vez que maté a un hombre, luego vendrían muchas otras...
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