miércoles, 21 de noviembre de 2018

Diario de un bandolero. Auge y caida del Tortilla


Inguinalia

Ayer se marchó Ko, al parecer la carriles estaba intentando hacerse con el mando de Koland aprovechando el vacío de poder, estaba preocupado y lo deje marchar. Echare de menos nuestros paseos al atardecer y nuestras charlas intimas en la tienda, pero no se puede retener el alma libre de un salvaje.

El Aurelio está mejorando mucho gracias a mis cuidados, no deja de preguntar por Aloseb, creo que está preocupado. Le he dicho que anda de recogimiento espiritual, pero me temo que no me cree.
Hoy he discutido con el Aurelio, se encuentra mucho mejor y me ha exigido saber dónde se encuentra su señor, al principio intenté mantener la ficción del viaje espiritual pero el Aurelio no me creyó. He tenido que decirle la verdad.

Al caer la tarde ha partido el Aurelio. ¡Que buen vasallo seria, si tuviese buen señor!

Los días pasan y cada vez noto más la ausencia de mis compañeros, mis hombres son recios y varoniles, pero en su mayoría analfabetos e iletrados cuando no directamente oligofrénicos.
Me siento abandonado por la luz de la razón, mi plan, brillante en sus inicios no parece refulgir como antaño, he descuidado mis obligaciones como jefe y me comporto de forma huraña y distante con mis hombres, que no han dejado de notar tal extremo a pesar de su sinrazón y se suceden las peleas y deserciones en el campamento.

Hace dos semanas estalló una epidemia de disentería o de cólera o de yo que se, pero todos los días tenemos que enterrar a media docena de hombres, bueno enterrábamos a media docena porque entre los que han caído y los que han desertado cada vez quedamos menos.

Ayer murió el cenutrio, mi mejor hombre y el último que me quedaba, no se llamaba así claro está, pero me parecía un buen nombre y a el acudía cuando así lo nombraba. Hace tiempo y a falta de otros interlocutores válidos tomé la costumbre de hablar con él, nunca contestaba ni interrumpía, quizás fuera mudo, no lo sé. El caso es que me gustaba hablar con él, pasaba horas dejando fluir en palabras mis pensamientos y el me miraba en silencio con arrobo, creo que no entendía nada, pero para mí era agradable hablar con alguien. 

Lo he enterrado en la loma cerca de la granja, he puesto unas piedras sobre su tumba como señal por si tuviera familia y quisieran llorarle.

Soy un bandido sin banda, una compañía de hombres libres sin hombres, un salteador sin caminos, un bandolero sin víctimas.

En las dos últimas semanas solo he comido raíces, tuve que tirar la comida que quedaba en el campamento por si estuviera infectada y ya no queda nada, quizás debí hacerlo antes, no lo se. Mi cinturón lo herví ayer para hacer una sopa y apenas me quedan fuerzas.

Hoy, al perseguir a un erizo se me han caído los pantalones y al tropezar he caído rodando por la ladera, el erizo ha escapado dejándome magullado, sucio y con la ropa hecha jirones. También esto ha servido para darme cuenta del mucho peso que he perdido en el último mes.

Debo marcharme de esta sierra o pereceré en ella. ¿Pero dónde ir? Oxfordseb, tisisland y cualquier otro reino civilizado están descartados, me apresarían en cuanto me vieran y daría con mis huesos en la cárcel. A territorio alope tampoco puedo ir. Solo me queda ir a las darklands, al dungeon, quizás allí encuentre acomodo.  

El Dungeon, un establecimiento de la peor especie. Parece que llevara allí mas de cien años, su fachada está sucia y desportillada y la o del letrero que lo anuncia cuelga de desvencijada del cartel, el neón que en su día recorrió alegre por los tubos del letrero hoy apenas se ve en las letras que aún lo conservan.

Esquivo varias motocicletas que se encuentran en la puerta, algunas en pie, otras en el suelo, todas desordenadas y como dejadas por sus dueños allá donde mejor les pareciese. Algunas deben llevar allí un tiempo pues el óxido reclama las partes que quedan a la intemperie.

La puerta chirria sonoramente cuando la empujo para entrar y una nube de humo escapa de su interior, dentro esta oscuro, en su día debió ser muy luminoso pues dos lamparas de araña cuelgan de los techos como un homenaje a lo que fue. Ahora apenas un cuarto de las lamparas encienden y la mugre en los cristales de las ventanas impiden que entre la luz.

En la penumbra adivino varias mesas distribuidas por el salón, algunos parroquianos beben en silencio, otros duermen con la cabeza sobre las mesas y alguno en el suelo. Al fondo en una especie de tarima un ser semidesnudo y con la cara pintarrajeada en un remedo de maquillaje baila al son de una música que hace mucho dejó de sonar.

Me acerco a una barra desportillada y pegajosa por el efecto de innumerables líquidos derramados, muchos de ellos orgánicos. El tabernero limpia distraídamente con un trapo un segmento de la barra, siempre el mismo. Me acerco a él.

-          Quisiera ver al Gerente -Le espeto – busco trabajo

El tabernero me mira, mira el trapo, se da cuenta que hace mucho dejó de estar limpio, lo tira más allá de la barra y vuelve a mirarme.  Así que trabajo, ¿eh?, el gerente, ¿Eh? – me escupe las palabras mientras se limpia las manos en la sucia camisa que lleva. – Don enana no está, ha ido al simpli, vendrá esta noche – con estas palabras rebusca detrás de la barra y saca otro trapo, quizás más sucio que el anterior, quizás el mismo, no puedo verlo bien con la escasa luz, y continua sus mecánicos movimientos de limpieza.

Me doy la vuelta y me apoyo en la barra, el ser que bailaba cuando entré ha sido sustituido por otros dos, parece que uno de ellos lleva una sotana con una portañuela trasera, el otro va desnudo. Están gritando y dando aspavientos, tardo un rato en darme cuenta que están representando una obra de teatro, apenas se les entiende, se traban e interrumpen el uno al otro, parecen drogados. Un parroquiano se levanta, parece enfadado y agita una botella en su mano, grita algo sobre que es la peor representación que ha visto en su vida de “Aloseb el alope” y ha visto muchas, deduzco por sus palabras. Parece estar ebrio, llega al escenario, tropieza y cae de bruces sobre el. Da un par de estertores, vomita y no vuelve a moverse. Los actores, que habían parado la representación le dan una patada para sacarlo del escenario y prosiguen con sus gritos.

-          Póngame un güisqui, mejor la botella – le digo al cantinero. 

Este me mira con sus ojos porcinos y no parece que vaya a moverse. Entiendo que viendo mi deplorable aspecto no se fie de mí. Saco un manguaravedi y lo pongo encima de la barra, es el último que me queda. En un solo movimiento desaparece la moneda y en su lugar aparece una botella llena de un líquido marrón y un vaso, también marrón, aunque diría que el día de la inauguración del dungeon no sería de ese color. Cojo ambos objetos y me siento en una mesa a esperar, no hay ninguna vacía así que elijo una con un parroquiano, esta de espaldas al escenario, me siento enfrente.
-          Si no tiene inconveniente me sentaré aquí – le digo – podemos compartir la botella si usted gusta.
Sin esperar su respuesta lleno su vaso, luego el mío. Bebo, no parece güisqui, no sabe a güisqui, no importa, quema la garganta y engaña al estomago.

Empiezo a hablar con mi contertulio, algo hay que hacer para matar el tiempo, primero generalidades, luego sigo, me recuerda mucho al cenutrio, apenas habla, solo me mira fijo y me parece verlo asentir. Poco a poco, quizás por el efecto del brebaje o puede que por la franca atención del parroquiano me voy soltando, lo cuento todo, como llegué a convertirme en el terror inguinal, el azote de Dios, como robé, secuestré y me hice rico, como conseguí amigos y como los perdí, como llegue a ser capitán de una compañía de mercenarios y como se perdieron, como seguían un plan que nunca llegué a concretar porque nunca existió. Bebo, rompo a llorar, blasfemo y maldigo mi suerte, creo que incluso grito pero sobre todo bebo. Mi acompañante solo mira, no bebe, en un momento dado mi botella se acaba, cojo la suya a medio acabar y la termino, finalmente me acabo bebiendo también su vaso.
Ha pasado toda la tarde, es ya de noche y allí seguimos, dos hombres perdidos en lo mas hondo de nuestra desgracia, y borrachos, sobre todo borrachos. El tabernero se acerca 

-          - Don enana lo espera, vaya a su despacho, detrás de la barra

Señala una puerta desvencijada y hace ademan de que me levante, lo hago. Pero antes de marcharme quiero agradecerle a mi silente compañero por su paciente escucha, me ha ayudado mucho, he vaciado mi alma. Le doy una palmada agradecida al pasar hacia el despacho y cae de bruces sobre la mesa, esta frio, muerto. Probablemente estuviera muerto desde antes que me sentara.

Rodeé la barra y entré en el despacho del gerente mientras escuchaba farfullar al cantinero protestando por tener que limpiar, otra vez.

El despacho, si es que a esa barahúnda podía llamársele así era una pieza pequeña, desordenada como todo aquello, una mesa semioculta por cientos de papeles, botellas vacías y cajas de cartón se escondía al fondo. Detrás de ella estaba el gerente leyendo distraído algún informe.

-          Así que buscando trabajo, ¿no? – me dijo desde detrás de aquella zahúrda 

-           Así es Don Enana, no carezco ni de motivación ni de habilidad, he observado que el local necesita de algún mantenimiento y he pensado que podría… 

-           ¿Sabes bailar? – me cortó el gerente – 

-             Eh,oh, ¿bailar?- Le conteste aún entre los vapores alcohólicos – no, bailar no  pero podría limpiar         el establecimiento y hacer pequeños arreglos y ….

-            No me sirves –interrumpió el gerente – Si no vas a consumir haz el favor de largarte

Caí de rodillas mientras las lágrimas anegaban mi rostro – Por favor Don Enana, atienda mis ruegos, no puedo volver ahí fuera, llevo días sin comer y he gastado mi última moneda hablando con un muerto, bailaré si es lo que se precisa, haré lo que haga falta. – Terminé de decir entre lágrimas.

Bien, bien , bien , esto es otra cosa – Dijo el gerente mientras se levantaba y rodeaba los múltiples objetos que se encontraban tirados por la habitación – entonces ya solo queda por hacer una pregunta – musitó mientras se acercaba a mi posición – Dime, Exactamente, ¿Cuánto deseas este trabajo?

La puerta se cerró a mi espalda

Llevo meses en el dungeon, sirvo copas, bailo semidesnudo para los clientes y a veces hago obras de teatro como “Aloseb el alope” o “El oso de Oxfordseb”, también estoy de correturnos en el simpli. 

Esto es un antro de perdición que te come vivo poco a poco, a veces mientras devoro mi plato de gachas frías me pregunto si no hubiera sido mejor perecer en la abandonada foresta de sierra ingle.

Don enana, que al principio me pareció un déspota, un inmoral y un negrero pronto demostró que no era así, si no mucho peor, sospecho que muchas noches nos pone droga en el cola cao para tenernos controlados, no permite la más mínima iniciativa y cualquier fallo se castiga con turnos dobles en las cabinas de baile, y cuando bebe es peor, hay que quitarse de su camino ya que a veces en sus desvaríos etílicos nos confunde con aloseb y se lanza sobre nosotros con furia asesina.

Hace unos días, el Obdulio, un buen chaval, refugiado de Manguaropolis, tuvo la desgracia de cruzarse con el cuándo iba caracterizado de sacerdote, la enana lo confundió con aloseb y se lanzó sobre el con furia asesina, fueron necesarios cinco hombres para separarlo y cuando lo hicimos le había rajado toda la cara con una navaja. Al día siguiente lo puso en la calle, - Nadie va a querer a un puto con la cara marcada – dijo, el Obdulio lloró, suplicó, se arrastró ante él, pero de nada sirvió, la enana lo trató con implacable desprecio y lo obligó a irse.

Hoy hemos sabido que anoche una patrulla de los vigilantes del muro lo encontró congelado debajo de un risco, estaba hecho un ovillo, como queriendo protegerse del frio y a su lado los restos de su maletín de maquillaje, un relicario con una estampa de Fray Alosebo y unas ramitas de abedul. Parece que había intentado hacer fuego para protegerse del frio.

He tomado la determinación de acabar con mi vida, me ahorcaré en el porche al acabar mi turno.

-        ¡Baila muchacho, baila para mí! – oigo la voz que viene desde fuera de la cabina como entre nieblas y sigo agitando mi cuerpo desnudo y pintarrajeado de forma mecánica y artificial, Don enana puede ser el dueño de mi cuerpo pero mi mente me pertenece y solo quiero acabar con el turno y con todo.
-        
          Vamos, vamos, baila para mi esta última noche, pues mañana zarparemos y no sabemos que encontraremos más allá del mercado – poco a poco sus palabras se fueron abriendo paso hacia la parte consciente de mi cerebro - ¡Como dice!, ¿Dónde van? – Grité mientras me arrojaba al ventanuco por donde miraban los usuarios de las cabinas, ventanucos en los que Don Enana había sustraído los cristales, pagan mas si pueden coger algo de carne, decía. 

-        Tranquilo muchacho, mañana saldremos hacia lo desconocido, cruzaremos el mar mercado en busca de nuevas tierras que dicen se encuentran al oeste, sacristalia les llaman, tierra de oportunidad y libertad donde un hombre de baja cuna pero de probada determinación puede hacer fortuna.

-          Por favor, déjeme enrolarme en la tripulación, déjeme ir con ustedes – imploré en cuclillas desde el ventanuco

-          Pero a ver muchacho, ¿tú sabes algo de la vida marinera? – dijo el hombre que estaba en el cubículo

-          Aprenderé buen señor, soy rápido de ingenio y de manos, no soy perezoso y si de carácter vivo, déjeme ir, no se arrepentirá

-          Calma, calma – dijo – no has de preocuparte ya que si quieres vendrás, no nos sobran las manos dispuestas y si no sirves de nada, como sospecho, siempre viene bien tener una camarera de a bordo en los viajes largos.

La enana echaba espumarajos por la boca cuando en su despacho le dije que me iba, había estado bebiendo y revolcándose en su propia ignominia y no estaba del mejor humor, intentó golpearme pero yo, que había llevado una vida montaraz estaba curtido en batallas de taberna. Lo esquive y le di un golpe en la nuca que lo arrojó al suelo, luego me di la vuelta y me fui mientras me gritaba que se lo debía todo, que me arrepentiría y que cuando volviera me echaría a los perros. 

No pensaba volver a aquel lugar infecto y perdido en la memoria de Dios, iba a nueva tierra, donde nadie me conocía y podría labrarme un futuro honorable. El bandolero quedaba atrás.

Atrás quedaba inguinalia, Sacristalia me esperaba.




 






martes, 20 de noviembre de 2018

El Exilio (X)


Epilogo 

A través de los ventanales de mi despacho puedo observar sin levantarme del sillón los jardines del colegio, quizás lo que más echaba de menos durante el duro exilio.

El oso retoza alegremente por los jardines, su lomo ya recubierto de gruesas cerdas de nuevo, nadie que lo viera ahora, tan alegre y despreocupado pudiera pensar el infierno que había vivido con los alopes…

- Ejem,Ejjem – El carraspeo del Aurelio me saca de mi ensimismamiento, pues ha entrado al despacho mientras yo meditaba sobre los hechos pasados. – Don Aloseb, le traigo los informes que pidió – me dice dejando una gruesa carpeta frente a mi – Gracias Aurelio, puede retirarse.
Los informes que solicité, lo que había pasado en la península durante mi ausencia, si quería volver a regir los destinos de esta tierra debía estar informado.

El presidente, que huyó de Oxfordseb al enterarse que estábamos de camino se encontraba recluido en el castillo negro, no cesa de repetir a quien quiere escucharlo que es líder supremo mundial, que es el auténtico regidor de la península y no se sabe que más desatinos. Skull lo ha encerrado en sus aposentos a la espera de que se le pase la locura. En su estado no representa peligro alguno salvo para si mismo pues si tarda en recuperarse temome que Skull tatoo lo enviará a brazos de Fray Alosebo.
También me dicen que sierra ingle está muy tranquila, ya no se producen asaltos en sus inmediaciones y la gente viaja tranquila de uno a otro lado de la península. La sospecha que la Compañía de hombres libres de los santos teodosianos se haya disuelto es casi una certeza, no se donde habrá ido a parar el bendito Claus, aunque bien mirado es un bandolero menos en estas nuestras tierras.

En cuanto al puppet, se le ordenó oxfordsebita de honor y en la misma ceremonia juró lealtad eterna a Oxfordseb y sus dirigentes, para luego ir a reunirse con su pueblo. Imagino, que a estas alturas habrá olvidado su juramento y ya estará conspirando contra mi persona con su ejército de infraseres. Hablaré con el Aurelio para montar una partida de caza que aniquile a esas aberraciones naturales de una vez por todas.

En cuanto a Tisisland, he sabido que volvió a su tierra en compañía del sobrinato y que allí, como si se tratará de un nuevo renacer, se hizo bautizar de nuevo tomando el nombre de Físicos. Las relaciones entre ambos reinos son mejores que nunca.
Cumplí también mi promesa a los mangueries enviándolos a sus tierras ancestrales, lo que según el informe, ha sido buena idea y se han enzarzado en lucha intestina con las dos facciones que allí se encontraban pasando de la guerra contenida entre Mangüer y Mangui/Sebito a lucha abierta por el control de las calles y plazas. Aquello es zona de guerra y recibimos un incesante goteo de refugiados manguarenses.

En cuanto a Don José, sigue sin haber rastro de él, envié una delegación al campamento campamento con orden de no dejar piedra sin remover hasta encontrarlo pero parece que los gitanos recogieron el campamento y se marcharon de allí. Solo dejaron el esqueleto vacio de lo que en tiempos se conoció como la casona. Si bien no damos con Don José al menos nos hemos librado de los gitanos, aunque tarde o temprano volverán a aparecer.

Y siguiendo con mis enemigos, tampoco se sabe nada de la serpiente koñera, si bien al principio pensé que la carriles se habría hecho con el poder y lo habría ejecutado lo cierto es que en Koland no quedaba nada. Como un moderno Roanoke aquellas antaño bulliciosas cuevas permanecían silenciosas, los altares a Tupri desmontados si era posible o destruidos cuando no podían llevárselos. Un pueblo fantasma y deshabitado era todo lo que quedaba de la prospera Koland y una sola palabra escrita en las cuevas “Sacristalia”. No sé qué puede haberles pasado pero me basta con haberme librado de mi enemigo.

Por último, los escritos proporcionados por el Aurelio hablan de que en las tabernas de Oxfordseb se habla de unos marinos perdidos que han arribado a nuestras costas, cuentan de unas tierras ubérrimas situadas más allá del mar mercado, sus riquezas no parecen tener fin y los frutos crecen solos al arrojarlos a la tierra, sus habitantes, pues parece que los tiene, son bellísimos y hospitalarios, diríase que se trata del eden perdido excepto por que se trata de salvajes paganos y por tanto son almas que Oxfordseb debe tratar de reconducir para lograr la salvación de sus almas.

Mañana le diré al Aurelio que prepare a los hombres, esta noticia de salvajes y tierras inexploradas debemos comprobarla, ningún alma es demasiado cara para que Oxfordseb no se empeñe en su salvación.




lunes, 19 de noviembre de 2018

El Exilio (IX)


Delenda est Skull

No tarde mucho en recuperarme, pues soy de naturaleza robusta y ante mí se alzaba aquel que había tomado por un fiero asesino y que no era otro que mi fiel Aurelio que una vez más acudía en mi rescate.

Los alopes mangueries que no me habían reconocido debido a mi pobre aspecto si lo habían hecho con el Aurelio, cuya fama había traspasado las fronteras de la tierra civilizada llegando hasta aquellas tierras baldías.

Y fue gracias a eso que salve la vida, la mía y la del puppet libre que, liberado a su vez de sus ataduras y de su cerval miedo a la muerte se mostraba ahora callado y circunspecto.
Me puse en pie y observé que los mangueries también habían callado y hacia nosotros avanzaba el que debiera ser su jefe tribal, aspecto este que deduje por el asombroso mostacho escrotal que exhibía impúdicamente y por el mimético parecido con el que adornaba la bandera de la antigua república de Manguara.

“He aquí al Aurelio, el héroe del páramo, que luchó contra los JALFPPO, que combatió heroicamente en la batalla de los campos alopécicos contra el despreciable fantasma del limosnero, que luchó con valor inusitado contra la enana en los salones de Oxfordseb en el transcurso de las guerras Unatas, aquel que ayudó a su señor en incontables ocasiones, que salvó a Don Aloseb en Manguaropolis, que combatió y fue herido en el rescate del oso oxfordsebita y de incontables heroicidades más, tantas que no hay hombre en el mundo que pueda comparársele” – Exclamó al llegar hasta nosotros – “Un hombre, - continuó- de lealtad inusitada, que entregó a su propio hijo, sebito, un violador de incapacitados, a la justicia, que ayudó a escapar y sobrevivir a Don Aloseb en las numerosas rebeliones a la que su reino se ha enfrentado y que, acompañándolo en sus viajes, a arrostrado innumerables penurias. Jamás la traición o el abandono han ensombrecido sus pensamientos por más que las ideas de aquel a quien seguía fueran erróneas, blasfemas, indignas o sencillamente desvaríos” – Dijo mientras me señalaba con la mano ante la multitud – “Y ahora viene hasta nosotros, acude aquí, interrumpe nuestra ceremonia y libera a los reos, lo que sin asomo de duda quiere decir que el despojo que se haya ante mí, por increíble que parezca decía la verdad y se trata del mismísimo Don Aloseb que por algún azar del destino ha acabado aquí de esta forma tan miserable. Y es por eso, por la memoria de los directores de la católica institución y del buen nombre del Aurelio que os permitiremos marchar y continuar vuestro viaje allí donde os lleve el destino, pues el pueblo manguarí es amigo de Oxfordseb como lo fue y lo es Manguara y su legítimo dux, allá donde él se encuentre.” 

A estas palabras le siguió una atronadora salva de aplausos proferida por todos los manguaries presentes, a la sazón todos, que veían elevado el concepto que tenían de si mismos, pero el Aurelio, que aún no había pronunciado palabra alguna comenzó a hacer gestos para acallar a la multitud mientras lo solicitaba con gritos y aspavientos, yo, entendiendo que quería narrarnos las desventuras sufridas en mi búsqueda uní mi voz y gestos a los suyos para que lo dejaran explicarse hasta que finalmente volvió a reinar la calma en aquella funesta plaza.
Aurelio – Le dije con la dignidad que pude reunir, que era poca, vistas mis circunstancias – Explíquese pues parece azorado por alguna dificultad-
Así es Don Aloseb – Replicó el fiel Aurelio – pues recordará que después del infructuoso segundo intento de rescate del oso fui herido por el demonio Skull Tatoo y quedé al cuidado del bandido Claus –
- En efecto –indiqué

Pues bien, quiso la fortuna que aquel bandido se había procurado de infinidad de ungüentos, hierbas y aceites milagrosos, de los que sin duda necesitaba en su vida montaraz, y gracias a ellos y a sus maternales cuidados fui sanando hasta recuperar mis fuerzas por entero y fue entonces cuando supe que se encontraba más allá del muro y en seguro peligro, como luego los actos presentes han tenido a bien en demostrar. Al saberlo no pude aguardar ni un instante y no demoré mi búsqueda saliendo a uña de caballo del campamento, atravesando el muro y los baldíos campos,  hasta llegar a este momento y a este rescate que acaba de producirse y ahora, si solo eso hubiera acontecido en mi ausencia podríamos irnos tranquilamente y continuar nuestro periplo allí donde fuera necesario, pero no es posible pues cuando salí del campamento de los bandoleros llegaban oscuras noticias de Oxfordseb, ahora Oxfordko. 

Después del segundo intento de rescate del oso, Skull había montado en cólera, había reunido un ejército y se dirigía hacia aquí con el objeto de capturarle vivo o muerto y llevarlo cargado de cadenas o de gusanos, según el caso, a las mazmorras de su reino inguinal.
He de decir – continúo el Aurelio- que el ejército ya se encuentra aquí, no demasiado lejos y los ciervos negros recorren día y noche los campos de más allá del muro para dar noticia a su amo Skull de vuestro paradero por lo que se hace imposible el llegar al muro sin ser capturados.
La alegría que me había invadido tras ser rescatado por el Aurelio trocó inmediatamente en sombríos pensamientos, pues si bien había escapado a la muerte de seguro no podría hacerlo de nuevo. Sería capturado por el malvado Skull ya que el disponía de un innumerable ejército alope y yo del Aurelio y de un puppet manumitido.

Durante un instante pensé en vestir al puppet con mis ropas y echarlo a los caminos para que fuera confundido, abatido o capturado por las tropas alopes en la creencia de estar ante mi persona mientras el Aurelio y yo escapábamos disfrazados de hilanderas húngaras de aquel atolladero, pero a decir verdad fue solo un instante pues aquel comportamiento indigno era el que me había llevado hasta aquella situación y Fray Alosebo no perdonaría otra ofensa a la institución que represento, y aquella idea sin duda lo seria.

Así pues me volví hacia al Aurelio y le comuniqué mis firmes intenciones de presentar batalla a aquel demonio, le liberé de su promesa pues así esquivaría la segura muerte que encontraría y agradecí al puppet su compañía liberándolo también de cualquier obligación hacia mí.

- Queridísimo Aurelio – procedí –tu inquebrantable lealtad esta fuera de toda duda, me has seguido por toda la geografía inguinal sin importar lo lejos que fuera, brindándome tu apoyo y tu amistad pero mal pagador sería si te obligara a este último e inútil esfuerzo. Skull ha venido a las tierras de sus antepasados a darme caza como a un perro y no volverá grupas si no es con mi persona, viva o muerta, en sus carromatos de intendencia, mañana al alba presentaré batalla al feroz demonio y sin duda encontrare la muerte, Oxfordseb caerá pero lo hará con honor y no es necesario que la sangre de más fieles oxfordsebitas bañen el campo de marte. Y tu –dije señalando al puppet –querido y noble puppet libre, con tus chanzas, bailes y otras habilidades propias de tu raza has aligerado la carga del camino, me has acompañado en esta odisea de descubrimiento interior sin esperar más pago que el de mi propia compañía y el de verte tratado como a un igual, cosa que por otra parte nunca ha sucedido, hasta ahora, que considerándote un inguinal de pleno derecho te libero a su vez de la carga de servirme y te conmino a que vuelvas con tu pueblo pues nada tiene ya estos nobles mangueries contra ti ni el demonio alope tiene cuitas contigo…

- Don Aloseb –interrumpió el Aurelio – en modo alguno os abandonaré en vuestra hora más oscura, hace años decidí servir a Oxfordseb hasta sus últimas consecuencias y no es usted si no el propio Oxfordseb hecho carne, por lo que si su decisión es enfrentarse al depilado ejército no lo hará solo y si hemos de morir en defensa de los ideales Oxfordsebitas así habrá de suceder.

- Don Aloseb – interrumpió a su vez el puppet al Aurelio – sé que soy un simple puppet, poco menos que una bestia y sin duda indigno de acompañarlo hasta a realizar los actos más bajunos y nefandos pero usted me ha tratado siempre con respeto y cariño y no encuentro mejor forma de devolver el cálido amor que siempre me ha tenido que morir a su lado como escudero y si su merced  lo permite, portando el estandarte oxfordsebita.

- Aloseb – interrumpió, en una cadena que parecía no tener fin, el jefe tribal de los manguaries –¿ es quizás ese tal Skull Tatoo el hechicero alope que actuando de consejero de Triple Gem I y hablando venenosamente a los oídos de este consiguió que nos expulsaran de nuestras tierras y nos condenó a una vida de penurias lejos de Manguaropolis nuestra tierra natal?, porque de ser así, y estoy seguro que así es podrás contar con nuestra compañía y tendrás un ejército a tus espaldas con el que derrotar al malvado brujo alope y poder vengar nuestras afrentas.

Así, cuando todo parecía perdido Fray Alosebo acudía de nuevo en mi ayuda, con el ejército manguarí apoyándome quizás pudiera hacer frente a las huestes del brujo y derrotarlo para después, aprovechando la inercia propia de movilizar tantos hombres continuar camino hasta las puertas de Oxfordseb y liberarlo del yugo alope de una vez por todas.

Así pues, el jefe tribal se marchó a reunir a su pueblo y reclutar en levas forzosas a todo aquel que hubiera cumplido los catorce años para devolver una afrenta olvidada y sucedida hacia cientos de años, así de rencorosos y vengativos son los alopes. Allí quedamos pues El Aurelio, el puppet y yo mismo que a modo de estado mayor estableceríamos los planes de combate para el día siguiente, labor que a fuer de ser sincero nos llevó poco tiempo, pues desconocíamos el número y ubicación del ejército enemigo y por tanto decidimos que acudiríamos en su búsqueda decidiendo el plan de acción más propicio una vez que hubiéramos llegado a las cercanías del ejercito enemigo y pudiéramos hacernos una idea de su fuerza.

En pocos días habíamos localizado al enemigo, se encontraban en una zona conocida como los cuernos femorales, allí había un pequeño valle en pendiente entre dos picos conocidos como ligamento y arteria cerca del rio orines. El astuto Skull, sabedor por sus ciervos negros que avanzábamos hacia él había optado por ocupar esa posición estratégica, en la zona superior de la loma y rodeados por cuerpos montañosos. De esa manera nos veríamos obligados a atacarle en una sola dirección sin posibilidad de rodearlos y en pendiente.

Su ejército estaba compuesto por miles de alopes y a pesar que el jefe tribal manguerí, llamado mandarino pues procedía de un rancio linaje que se remontaba a los cuerpo de mayordomía del limosnero (o eso decía), había conseguido atraer a todas las tribus de más allá del muro y los pendones con el bigote de manguara parecían un mar infinito los alopes puros nos superaban en número. 

Cruzamos el rio orines y ordené a las tropas que se detuvieran, el malvado brujo parecía tenerlo todo pensado, nuestra derrota era cosa segura y los volubles mangueries ya murmuraban palabras de deserción y abandono.

Desde nuestra posición veíamos claramente al ejercito enemigo, entre todos ellos se destacaban dos figuras, la del altivo Skull y la del oso oxfordsebita. Destacaban como luciérnagas en la oscuridad, el sol refulgía en la brillante calva del hechicero y casi se distinguían sus numerosos tatuajes de calaveras que adornaban todo su cuerpo, una por cada escroto afeitado decían, por el contrario la figura del oso era un canto a la decadencia, yacía a sus pies con una cadena al cuello y completamente afeitado, en su trémula piel se podía n adivinar los restos de moratones de las innumerables palizas recibidas a manos del alope y su secuaz presidencial. Dos lágrimas asomaron a mis ojos al ver a la otrora orgullosa bestia padeciendo de esa manera.

Mandarino acudió presto a mí para conminarme a dar la orden de ataque tan pronto fuera posible, no lo dijo pero yo sabía que temía que hubiera una deserción masiva.

- Contente Mandarino- le dije – pues aunque parezca que el astuto brujo nos ha ganado por la mano lo único que ha logrado es cavar su propia tumba en estos desolados parajes inguinales –pues desolados eran ya que más allá del rio orines solo había un caluroso valle sin más agua que la que proporcionaba el propio rio. 

- Levantamos aquí el campamento – ordené –que los vigías estén prestos por si el ejército se moviliza o ataca, de no hacerlo y creo que no lo hará pues la soberbia de Skull es legendaria y querrá atraernos a su posición más ventajosa, nos quedaremos aquí. Que tus hombres –dije a mandarino – no contesten a las provocaciones del enemigo. 

Y así se hizo, los días, largos pues era verano, fueron pasando sin que uno u otro ejército se moviera de sus posiciones, nosotros abajo en el rio, ellos arriba en el valle. Todas las mañanas Skull salía y afeitaba las pocas cerdas que pudieran haberle crecido al oso con la clara intención de provocar mi furia y que precipitara un ataque nada conveniente pero yo no hacía caso a sus trucos y ordenaba a mis hombres que se bañaran en el rio y jugaran alborozados a la vista de los alopes.

Poco a poco los alopes fueron cediendo en sus alaridos e insultos pues el calor y la falta de agua para dar a aquel inmenso ejército iban mermando sus fuerzas y sus ganas de fanfarronear, mientras que el nuestro estaba bien surtido de agua y alimentos. Al fin, cuando llevábamos allí acampados casi dos semanas observé de buena mañana inusitada actividad alrededor del oso, en un desesperado intento de hacer que los atacara el brujo Skull había construido una enorme cruz y se preparaba para crucificar al oso, en un espantoso remedo de las penurias de nuestro señor, gracias a Fray Alosebo aquella demencial idea no dio los frutos que el hechicero buscaba. Consiguieron ponerlo contra la cruz y sabe Dios de qué manera, le clavaron las zarpillas al travesaño, los alaridos del plantígrado helaban los corazones de mi tropa y hacían sangrar al mío por la tortura que estaba presenciando, desgraciadamente para Skull y por suerte para el oso, los torpes alopes no calcularon bien el peso del animal y cuando comenzaron a erguir la cruz para terminar su blasfemo ejercicio, el madero vertical se partió arrojando al oso rodando cuesta abajo. El Plantígrado al verse liberado comenzó a correr desesperado hacia nosotros en pos de su libertad y lejos de sus captores, Skull una vez repuesto de su asombro inicial estalló en una oleada de furia y comenzó a correr tras el animal y a su vez, su ejército viendo avanzar a su líder y sedientos como estaban interpretaron aquella algarada como una señal y prorrumpieron a correr en busca del líquido salvador.

Ese era el momento que esperábamos, hacia nosotros se acercaba el oso, Skull y todo su ejército sin dignidad marcial alguna, solo con el agua en sus cabezas y queriendo atravesar nuestras líneas para calmar su intensa sed.

Aquello se conocería después como la matanza de los cuernos femorales.

No ahondaré aquí en los detalles de dicha batalla, si es que batalla pudiera llamarse a lo que allí ocurrió, baste decir que los alopes desesperados por la falta de agua no intentaban siquiera atacarnos si no llegar a ella y eran abatidos con ferocidad por mi ejército, muchos de ellos murieron sin llegar al agua, otros perecieron ahogados al arrojarse al rio, otros tantos ejecutados mientras intentaban llevarse a los labios el líquido elemento. El oso libre de aquellos que tanto lo habían torturado y entre amigos diríase que se convirtió en un demonio y degollaba, mordía y despedazaba a cuantos alopes se cruzaban en su camino. El Aurelio asestaba golpes a diestro y siniestro y hasta en el puppet nació una ferocidad inusitada que le hizo abalanzarse sobre los alopes que caían a su paso como trigo maduro. En cuanto a mí, intenté dirigir aquello pero pronto se vio que era imposible e intenté dar con Skull y acabar allí mismo con el hechicero.

Muchos alopes murieron ese día pero el maligno Skull no se encontraba entre ellos, bien a través de su magia o de sus piernas pudo escapar de aquel atroz matadero sin que nadie lograra cruzar aceros con él.

Al terminar el día el rio orines pareciese de un enfermo de hematuria y los mangueries pintaban bigotes en los escrotos de los muertos.

El oso se encontraba junto a mí, su piel desnuda, roja con la sangre de los alopes, habíamos vencido. Skull había sido derrotado.

Aprovechando el momento de euforia, y porque no decirlo el hecho de que habíamos perdido poquísimos hombres, me animé a prometer a aquellos mangueries la recuperación de sus tierras ancestrales si se avenían a cruzar conmigo el muro y recuperar el colegio.

Poco más me extenderé en este largo relato de desventuras, cruzamos el muro capitaneando una nutrida tropa manguerí, atravesamos sierra ingle, extrañamente vacía de bandidos, pues sabe Fray Alosebo donde andaría aquel gañan y llegamos hasta los mismos muros de Oxfordseb.

Allí vimos a los alopes nerviosos y escasos pues como supimos después el presidente sabedor de la derrota de Skull y de que mi ejército avanzaba hacia mi antigua capital huyó a su negro castillo de muscleland dejando allí solo a los cobardes, débiles y tullidos. La rendición de la plaza fue casi inmediata y entré en Oxfordseb en un carro tirado por el oso que ya lucia orgullosos una pelusilla que en breve se convertiría en lustrosa pelambre. 

El pueblo oxfordsebita, arrepentido ya de su traición por aquellas barbacoas  que tanto mal habían traído a la ciudad, me vitoreaba a mi paso y arrojaban pétalos de rosa desde los balcones. En el carro me acompañaba a un lado el puppet portando sobre mi cabeza una corona de laurel y al otro el Aurelio que susurraba a mi oído “Respice post te, hominem te esse memento”
Detrás el ejército manguerí que desfilaba de nuevo a este lado de la península después de tantos años.

El sillón de director me esperaba, volvía a Oxfordseb.