Inguinalia
Ayer se marchó Ko, al parecer la carriles estaba intentando
hacerse con el mando de Koland aprovechando el vacío de poder, estaba
preocupado y lo deje marchar. Echare de menos nuestros paseos al atardecer y
nuestras charlas intimas en la tienda, pero no se puede retener el alma libre
de un salvaje.
El Aurelio está mejorando mucho gracias a mis cuidados, no
deja de preguntar por Aloseb, creo que está preocupado. Le he dicho que anda de
recogimiento espiritual, pero me temo que no me cree.
Hoy he discutido con el Aurelio, se encuentra mucho mejor y
me ha exigido saber dónde se encuentra su señor, al principio intenté mantener
la ficción del viaje espiritual pero el Aurelio no me creyó. He tenido que
decirle la verdad.
Al caer la tarde ha partido el Aurelio. ¡Que buen vasallo
seria, si tuviese buen señor!
Los días pasan y cada vez noto más la ausencia de mis
compañeros, mis hombres son recios y varoniles, pero en su mayoría analfabetos
e iletrados cuando no directamente oligofrénicos.
Me siento abandonado por la luz de la razón, mi plan,
brillante en sus inicios no parece refulgir como antaño, he descuidado mis
obligaciones como jefe y me comporto de forma huraña y distante con mis
hombres, que no han dejado de notar tal extremo a pesar de su sinrazón y se
suceden las peleas y deserciones en el campamento.
Hace dos semanas estalló una epidemia de disentería o de
cólera o de yo que se, pero todos los días tenemos que enterrar a media docena
de hombres, bueno enterrábamos a media docena porque entre los que han caído y
los que han desertado cada vez quedamos menos.
Ayer murió el cenutrio, mi mejor hombre y el último que me
quedaba, no se llamaba así claro está, pero me parecía un buen nombre y a el
acudía cuando así lo nombraba. Hace tiempo y a falta de otros interlocutores
válidos tomé la costumbre de hablar con él, nunca contestaba ni interrumpía,
quizás fuera mudo, no lo sé. El caso es que me gustaba hablar con él, pasaba
horas dejando fluir en palabras mis pensamientos y el me miraba en silencio con
arrobo, creo que no entendía nada, pero para mí era agradable hablar con
alguien.
Lo he enterrado en la loma cerca de la granja, he puesto
unas piedras sobre su tumba como señal por si tuviera familia y quisieran
llorarle.
Soy un bandido sin banda, una compañía de hombres libres sin
hombres, un salteador sin caminos, un bandolero sin víctimas.
En las dos últimas semanas solo he comido raíces, tuve que
tirar la comida que quedaba en el campamento por si estuviera infectada y ya no
queda nada, quizás debí hacerlo antes, no lo se. Mi cinturón lo herví ayer para
hacer una sopa y apenas me quedan fuerzas.
Hoy, al perseguir a un erizo se me han caído los pantalones
y al tropezar he caído rodando por la ladera, el erizo ha escapado dejándome
magullado, sucio y con la ropa hecha jirones. También esto ha servido para
darme cuenta del mucho peso que he perdido en el último mes.
Debo marcharme de esta sierra o pereceré en ella. ¿Pero
dónde ir? Oxfordseb, tisisland y cualquier otro reino civilizado están
descartados, me apresarían en cuanto me vieran y daría con mis huesos en la
cárcel. A territorio alope tampoco puedo ir. Solo me queda ir a las darklands,
al dungeon, quizás allí encuentre acomodo.
El Dungeon, un establecimiento de la peor especie. Parece
que llevara allí mas de cien años, su fachada está sucia y desportillada y la o
del letrero que lo anuncia cuelga de desvencijada del cartel, el neón que en su
día recorrió alegre por los tubos del letrero hoy apenas se ve en las letras
que aún lo conservan.
Esquivo varias motocicletas que se encuentran en la puerta,
algunas en pie, otras en el suelo, todas desordenadas y como dejadas por sus
dueños allá donde mejor les pareciese. Algunas deben llevar allí un tiempo pues
el óxido reclama las partes que quedan a la intemperie.
La puerta chirria sonoramente cuando la empujo para entrar y
una nube de humo escapa de su interior, dentro esta oscuro, en su día debió ser
muy luminoso pues dos lamparas de araña cuelgan de los techos como un homenaje
a lo que fue. Ahora apenas un cuarto de las lamparas encienden y la mugre en
los cristales de las ventanas impiden que entre la luz.
En la penumbra adivino varias mesas distribuidas por el
salón, algunos parroquianos beben en silencio, otros duermen con la cabeza
sobre las mesas y alguno en el suelo. Al fondo en una especie de tarima un ser
semidesnudo y con la cara pintarrajeada en un remedo de maquillaje baila al son
de una música que hace mucho dejó de sonar.
Me acerco a una barra desportillada y pegajosa por el efecto
de innumerables líquidos derramados, muchos de ellos orgánicos. El tabernero
limpia distraídamente con un trapo un segmento de la barra, siempre el mismo.
Me acerco a él.
-
Quisiera ver al Gerente -Le espeto – busco
trabajo
El tabernero me mira, mira el trapo, se da cuenta que hace
mucho dejó de estar limpio, lo tira más allá de la barra y vuelve a
mirarme. – Así que trabajo, ¿eh?, el
gerente, ¿Eh? – me escupe las palabras mientras se limpia las manos en la sucia
camisa que lleva. – Don enana no está, ha ido al simpli, vendrá esta noche –
con estas palabras rebusca detrás de la barra y saca otro trapo, quizás más
sucio que el anterior, quizás el mismo, no puedo verlo bien con la escasa luz,
y continua sus mecánicos movimientos de limpieza.
Me doy la vuelta y me apoyo en la barra, el ser que bailaba
cuando entré ha sido sustituido por otros dos, parece que uno de ellos lleva
una sotana con una portañuela trasera, el otro va desnudo. Están gritando y
dando aspavientos, tardo un rato en darme cuenta que están representando una
obra de teatro, apenas se les entiende, se traban e interrumpen el uno al otro,
parecen drogados. Un parroquiano se levanta, parece enfadado y agita una
botella en su mano, grita algo sobre que es la peor representación que ha visto
en su vida de “Aloseb el alope” y ha visto muchas, deduzco por sus palabras.
Parece estar ebrio, llega al escenario, tropieza y cae de bruces sobre el. Da
un par de estertores, vomita y no vuelve a moverse. Los actores, que habían
parado la representación le dan una patada para sacarlo del escenario y
prosiguen con sus gritos.
-
Póngame un güisqui, mejor la botella – le digo
al cantinero.
Este me mira con sus ojos porcinos y no parece que vaya a
moverse. Entiendo que viendo mi deplorable aspecto no se fie de mí. Saco un
manguaravedi y lo pongo encima de la barra, es el último que me queda. En un
solo movimiento desaparece la moneda y en su lugar aparece una botella llena de
un líquido marrón y un vaso, también marrón, aunque diría que el día de la
inauguración del dungeon no sería de ese color. Cojo ambos objetos y me siento
en una mesa a esperar, no hay ninguna vacía así que elijo una con un parroquiano,
esta de espaldas al escenario, me siento enfrente.
-
Si no tiene inconveniente me sentaré aquí – le
digo – podemos compartir la botella si usted gusta.
Sin esperar su respuesta lleno su vaso, luego el mío. Bebo,
no parece güisqui, no sabe a güisqui, no importa, quema la garganta y engaña al
estomago.
Empiezo a hablar con mi contertulio, algo hay que hacer para
matar el tiempo, primero generalidades, luego sigo, me recuerda mucho al cenutrio,
apenas habla, solo me mira fijo y me parece verlo asentir. Poco a poco, quizás
por el efecto del brebaje o puede que por la franca atención del parroquiano me
voy soltando, lo cuento todo, como llegué a convertirme en el terror inguinal,
el azote de Dios, como robé, secuestré y me hice rico, como conseguí amigos y
como los perdí, como llegue a ser capitán de una compañía de mercenarios y como
se perdieron, como seguían un plan que nunca llegué a concretar porque nunca
existió. Bebo, rompo a llorar, blasfemo y maldigo mi suerte, creo que incluso
grito pero sobre todo bebo. Mi acompañante solo mira, no bebe, en un momento
dado mi botella se acaba, cojo la suya a medio acabar y la termino, finalmente
me acabo bebiendo también su vaso.
Ha pasado toda la tarde, es ya de noche y allí seguimos, dos
hombres perdidos en lo mas hondo de nuestra desgracia, y borrachos, sobre todo
borrachos. El tabernero se acerca
-
- Don enana lo espera, vaya a su despacho, detrás
de la barra
Señala una puerta desvencijada y hace ademan de que me
levante, lo hago. Pero antes de marcharme quiero agradecerle a mi silente
compañero por su paciente escucha, me ha ayudado mucho, he vaciado mi alma. Le
doy una palmada agradecida al pasar hacia el despacho y cae de bruces sobre la
mesa, esta frio, muerto. Probablemente estuviera muerto desde antes que me
sentara.
Rodeé la barra y entré en el despacho del gerente mientras
escuchaba farfullar al cantinero protestando por tener que limpiar, otra vez.
El despacho, si es que a esa barahúnda podía llamársele así
era una pieza pequeña, desordenada como todo aquello, una mesa semioculta por
cientos de papeles, botellas vacías y cajas de cartón se escondía al fondo. Detrás
de ella estaba el gerente leyendo distraído algún informe.
-
Así que buscando trabajo, ¿no? – me dijo desde detrás
de aquella zahúrda
-
Así es
Don Enana, no carezco ni de motivación ni de habilidad, he observado que el
local necesita de algún mantenimiento y he pensado que podría…
-
¿Sabes
bailar? – me cortó el gerente –
-
Eh,oh, ¿bailar?- Le conteste aún entre los
vapores alcohólicos – no, bailar no pero
podría limpiar el establecimiento
y hacer pequeños arreglos y ….
-
No me
sirves –interrumpió el gerente – Si no vas a consumir haz el favor de largarte –
Caí de rodillas mientras las lágrimas anegaban mi rostro –
Por favor Don Enana, atienda mis ruegos, no puedo volver ahí fuera, llevo días
sin comer y he gastado mi última moneda hablando con un muerto, bailaré si es
lo que se precisa, haré lo que haga falta. – Terminé de decir entre lágrimas.
Bien, bien , bien , esto es otra cosa – Dijo el gerente
mientras se levantaba y rodeaba los múltiples objetos que se encontraban
tirados por la habitación – entonces ya solo queda por hacer una pregunta –
musitó mientras se acercaba a mi posición – Dime, Exactamente, ¿Cuánto deseas este
trabajo?
La puerta se cerró a mi espalda
Llevo meses en el dungeon, sirvo copas, bailo semidesnudo
para los clientes y a veces hago obras de teatro como “Aloseb el alope” o “El
oso de Oxfordseb”, también estoy de correturnos en el simpli.
Esto es un antro
de perdición que te come vivo poco a poco, a veces mientras devoro mi plato de
gachas frías me pregunto si no hubiera sido mejor perecer en la abandonada
foresta de sierra ingle.
Don enana, que al principio me pareció un déspota, un
inmoral y un negrero pronto demostró que no era así, si no mucho peor, sospecho
que muchas noches nos pone droga en el cola cao para tenernos controlados, no
permite la más mínima iniciativa y cualquier fallo se castiga con turnos dobles
en las cabinas de baile, y cuando bebe es peor, hay que quitarse de su camino
ya que a veces en sus desvaríos etílicos nos confunde con aloseb y se lanza sobre
nosotros con furia asesina.
Hace unos días, el Obdulio, un buen chaval, refugiado de Manguaropolis,
tuvo la desgracia de cruzarse con el cuándo iba caracterizado de sacerdote, la
enana lo confundió con aloseb y se lanzó sobre el con furia asesina, fueron
necesarios cinco hombres para separarlo y cuando lo hicimos le había rajado
toda la cara con una navaja. Al día siguiente lo puso en la calle, - Nadie va a
querer a un puto con la cara marcada – dijo, el Obdulio lloró, suplicó, se arrastró
ante él, pero de nada sirvió, la enana lo trató con implacable desprecio y lo
obligó a irse.
Hoy hemos sabido que anoche una patrulla de los vigilantes
del muro lo encontró congelado debajo de un risco, estaba hecho un ovillo, como
queriendo protegerse del frio y a su lado los restos de su maletín de
maquillaje, un relicario con una estampa de Fray Alosebo y unas ramitas de
abedul. Parece que había intentado hacer fuego para protegerse del frio.
He tomado la determinación de acabar con mi vida, me
ahorcaré en el porche al acabar mi turno.
- ¡Baila muchacho, baila para mí! – oigo la voz que
viene desde fuera de la cabina como entre nieblas y sigo agitando mi cuerpo
desnudo y pintarrajeado de forma mecánica y artificial, Don enana puede ser el
dueño de mi cuerpo pero mi mente me pertenece y solo quiero acabar con el turno
y con todo.
-
Vamos, vamos, baila para mi esta última noche,
pues mañana zarparemos y no sabemos que encontraremos más allá del mercado – poco
a poco sus palabras se fueron abriendo paso hacia la parte consciente de mi
cerebro - ¡Como dice!, ¿Dónde van? – Grité mientras me arrojaba al ventanuco
por donde miraban los usuarios de las cabinas, ventanucos en los que Don Enana había
sustraído los cristales, pagan mas si pueden coger algo de carne, decía.
- Tranquilo muchacho, mañana saldremos hacia lo
desconocido, cruzaremos el mar mercado en busca de nuevas tierras que dicen se
encuentran al oeste, sacristalia les llaman, tierra de oportunidad y libertad
donde un hombre de baja cuna pero de probada determinación puede hacer fortuna.
-
Por favor, déjeme enrolarme en la tripulación, déjeme
ir con ustedes – imploré en cuclillas desde el ventanuco
-
Pero a ver muchacho, ¿tú sabes algo de la vida
marinera? – dijo el hombre que estaba en el cubículo
-
Aprenderé buen señor, soy rápido de ingenio y de
manos, no soy perezoso y si de carácter vivo, déjeme ir, no se arrepentirá
-
Calma, calma – dijo – no has de preocuparte ya
que si quieres vendrás, no nos sobran las manos dispuestas y si no sirves de
nada, como sospecho, siempre viene bien tener una camarera de a bordo en los
viajes largos.
La enana echaba espumarajos por la boca cuando en su
despacho le dije que me iba, había estado bebiendo y revolcándose en su propia
ignominia y no estaba del mejor humor, intentó golpearme pero yo, que había llevado
una vida montaraz estaba curtido en batallas de taberna. Lo esquive y le di un
golpe en la nuca que lo arrojó al suelo, luego me di la vuelta y me fui mientras
me gritaba que se lo debía todo, que me arrepentiría y que cuando volviera me echaría
a los perros.
No pensaba volver a aquel lugar infecto y perdido en la
memoria de Dios, iba a nueva tierra, donde nadie me conocía y podría labrarme
un futuro honorable. El bandolero quedaba atrás.
Atrás quedaba inguinalia, Sacristalia me esperaba.