miércoles, 26 de septiembre de 2018

El Exilio (VIII)


Los Manguaries

Así pues, los mangueries me maniataron y me empujaron junto al puppet camino de su aldea, intente reconfortar a la pobre bestia que iba lloriqueando pero no admitía consuelo alguno y al cabo de un rato solicité a aquellos descendientes de Manguara que tuvieran piedad de aquel despojo y le ofrecieran la misericordia del olvido eterno pero respondieron con gruñidos y azuzándonos con las lanzas así que opté por guardar silencio durante el camino no sin antes anotarme mentalmente acabar con el puppet si es que lográbamos salir del atolladero en el que nos hallábamos.

 Mientras avanzábamos me permití rememorar la historia de aquellos alopes atípicos que ahora nos habían capturado y que plasmo aquí por si el lector de este manuscrito no hubiera tenido la fortuna de acceder a la sabiduría que proporciona el colegio o que proporcionaba puesto que ahora no se cómo estará.

Los alopes manguaries eran una rama de alopes que se desgajó de la principal en los tiempos en que los aquellos dominaban toda la península, por aquellos tiempos la capital alope, ahora Portugal más allá del muro, estaba situada en lo que hoy dia es manguara y como sabrá el lector avezado alopes y pilosos convivían en paz hasta la revuelta capitaneada por Manguo de Bigot que acabó con la dominación alope en la península y la expulsión de estos más allá del muro, fue por aquellos días cuando unos alopes decidieron que la mejor forma de vivir era no ser alope ni piloso si no una mezcla de ambos, afeitándose enteramente excepto por el bigote escrotal que les caracterizaba, quizás dejado en recuerdo de sus hogares en manguara.

Skull tatoo, que ya por entonces era brujo supremo en la corte de triple gem I, no consintió la afrenta y persiguió y ejecutó a cuantos alopes semipilosos encontraba, viéndose estos obligados a la vida clandestina y finalmente la huida abandonando enseres y hogares, al irse juraron que algún día volverían a los lugares de los que habían sido expulsados y se cuenta que incluso conservan las llaves de las casas originales de manguara, donde vivian.

Al vivir en la clandestinidad conservaron su habla y costumbres primitivas únicamente esperanzados en recuperar lo que un día fue suyo y viviendo por y para la tradición, desgraciada y seguramente por eso no había llegado a esa zona los nuevos aires de libertad y respeto que habiéndose producido en Oxfordseb había llegado hasta los puppets y ahora los hacia libres, al menos en parte, por lo que la visión de un puppet libre los horrorizaba hasta el fondo de su alma, motivo por el que seguramente seria ejecutado por traidor a la tradición, máxima religión de esta gente.
Cuando llegamos a su aldea pude observar que mas que la aldea tercermundista que esperaba encontrarme aquello era como una pequeña ciudad, algo atrasada claro, pues vivían en agreste condición pero ciudad al fin y al cabo. Con calles, plazas, viviendas de dos y tres plantas, fuentes públicas, mercados y edificios administrativos.

A uno de estos últimos fuimos conducidos el puppet y yo mismo, concretamente al que hacía las veces de cárcel y juzgado y supe que nuestro destino estaba sellado. En la oscuridad de la celda a la que nos habían arrojado, y una vez que el puppet se había dormido de puro agotamiento y quizás por los golpes recibidos por un carcelero impaciente que no  encontraba el gusto por los llantos inconsolables, pude por fin poner mi mente a trabajar. Fray Alosebo me había enseñado el rostro de mi enemigo y desde luego no debiera haberlo hecho para acabar ejecutado por un pueblo alope en mitad de la nada, por tanto debía haber algún camino de salvación y sin duda yo podría hallarlo.
Repasé mentalmente todo lo que conocía de aquel pueblo y como iluminado por un rayo me llegó la inspiración. A este pueblo se lo habían arrebatado todo y lo habían obligado a vivir como perros abandonados, solo le quedaba una cosa y a ello se agarraban desesperadamente pues sin eso no tendría sentido su vida y serian asimilados a otros alopes, los Mangueries se debían en cuerpo y alma a la tradición, a lo añejo, a  lo de siempre, y no había en la península inguinal mayor garante de la tradición que Oxfordseb y entre todos los oxfordsebitas el director de la institución por lo que me daría a conocer a los prebostes mangueries y saldría libre y con suerte con un ejército a mis espaldas.
Con este pensamiento me dormí tranquilo sabiendo que me levantaría como un hombre libre.
Me despertaron los chillidos histéricos del puppet al que encontré intentando esconderse entre mis exiguas vestiduras y supe que había llegado la hora, habían vuelto nuestros captores para llevarnos ante la justicia. Mientras nos acompañaban los guardias a la sala de los juzgados volví a solicitar que le dieran misericordia al puppet, que para ese momento solo era un amasijo de carne y nervios gimoteantes, y de paso a nuestros cansados oídos y vista por el abominable espectáculo de cobardía y vergüenza al que estábamos asistiendo, pero nuevamente fui conminado a callar motivándose la negativa en que según las sagradas leyes de manguara todo hombre, animal o puppet tiene derecho a un juicio justo antes de ser ejecutado.

Finalmente llegamos a la sala de los juzgados donde tres jueces ataviados con las típicas togas de su pueblo, esto es togas completas con una abertura estratégica que dejaba ver sus bigotes escrotales, estaban esperándonos. Gracias a Fray Alosebo, ese fue el momento que el puppet escogió para desmayarse de puro terror y quedó inerme en el suelo, quizás muerto, pero en silencio.
Se levantó el Juez principal y procedió a leer los cargos “Viene a nuestra presencia acusado de deshonrar las sagradas ruinas del Oxfordseb original, bailar semidesnudo y probablemente ebrio en el corazón del colegio, de mantener a su puppet libre y vestido como un ser humano y de invadir nuestros territorios sin invitación, por todo ello se le condena a muerte no sin antes realizarle el afeite ceremonial del escroto. ¿Tiene algo que argüir en su defensa el acusado?”

Ese era mi momento y lo aprovecharía  - Señorías, niego todos los cargos de los que se me acusan, excepto quizás el de tratar con excesiva delicadeza a mi puppet, pero tengo buenas y sobradas razones para ello. Mi nombre es Don Aloseb y me encuentro en sagrada misión de Fray Alosebo que me encomendó peregrinar a las ruinas del colegio para encontrarme a mi mismo y así liberar a la península inguinal del yugo alope a la que se encuentra sometida ahora mismo. Como Director de la institución que salvaguarda la historia y la tradición de la península exijo mi inmediata puesta en libertad y que se me asigne un destacamento o centuria alope para poder proceder a la liberación efectiva de los territorios inguinales” – Callé a la espera de que mi mensaje calara en aquellas duras molleras pues el silencio se había adueñado de la sala. Desgraciadamente un discurso mío seguido de un silencio nunca presagiaba nada bueno y esta vez tampoco fue distinto pues una carcajada recorrió toda la sala, llena por cierto, desde el magistrado mayor hasta el ultimo alguacil allí presente.
Solo entonces me percaté que seguramente mi aspecto, afeitada la cabeza, cubierto de ceniza y vestido de saco, no me iba a ayudar en demasía respecto a que aquellos creyeran en mis palabras.
- Don aloseb – decía entre carcajadas uno de los magistrados – Don Aloseb más allá del muro, este bufón nos ha tomado por tontos – Argüía otro – Con un puppet libre – se descoyuntaba un tercero – Aquello iba de mal en peor 

Intenté levantarme y hacer ver a aquellos salvajes que se encontraban ante el Director de la institución de mayor rango de la tierra inguinal, pero aquellos alopes no hicieron caso alguno a mis palabras y con un gesto de uno de los magistrados diez o doce de aquellas bestias con forma humana me cogieron en volandas y me sacaron a la plaza del juzgado. Con creciente espanto pude ver que allí se levantaba un tétrico cadalso, en el centro del cual se erguían dos postes con argollas de hierro fijadas a ellos y en medio de aquellos un alope manguari armado con una afilada navaja.
Así que, pensé para mis adentros, aquí acaban mis días, con el colegio invadido por alopes, enanos correteando por los antiguos patios, el oso despellejado y torturado en alguna mazmorra y además moriré alope pues estas bestias no dudaran en afeitarme antes de la ejecución y por si todo esto fuera poco mi única compañía es la de un puppet loco que se cree libre. Nunca en la larga historia de la institución que representaba había acabado tan mal un Director y eso que entre ellos se contaban personajes como Don Paolo y su siniestro secuaz Don Ramón. 

Pero al menos, pensaba, le quito a Skull Tatoo el placer de asesinarme a través del enviado que me perseguía por las tierras de más allá del muro, pues no había olvidado a aquel del que el sobrinato me había advertido. Ese placer se lo arrebataría a Skull, al menos eso me llevaría yo a mi siguiente existencia.

En ese momento se hizo el silencio entre las hordas alopes y una figura emergió de entre todos ellos, como no podía ser de otra manera, vista la suerte que me acompañaba, entró en la plaza el asesino, embozado, armado y de porte arrogante. Fray Alosebo me había abandonado, ni siquiera el placer de hurtarle mi muerte a Skull Tatoo iba a serme concedido.

Las filas de alopes caían de rodillas ante el paso del asesino, quedaba claro que aquellos cobardes manguaries no se enfrentarían al sicario enviado por el brujo alope. Me erguí todo lo que pude y me dejaron las cadenas con las que me habían atado al poste, pues si caía a manos de aquella bestia furiosa al menos no le daría el placer de hacerlo entre ventosidades y orines, como por cierto estaba haciendo el puppet a mi lado pues se había despertado mientras le ataban y estaba consiguiendo rebajar la dignidad de mi gesto a través de sus abyectas y cobardes acciones.
La plaza entera estaba de rodillas y entonaban una letanía de muerte que no era capaz de descifrar, el asesino llegó finalmente hasta nosotros, lentamente sacó de la vaina su arma y la levantó para darme el golpe fatal que acabaría con toda la resistencia alope de la península, elevé la vista al cielo, musite una oración a Fray Alosebo y me preparé para recibir el tajo mortal mientras el puppet chillaba de forma sobrenatural, ni en ese grave momento era capaz de guardar la compostura la pobre bestia.

El asesino descargó su golpe y me pareciera que me elevaba hacia las alturas, hacia Fray Alosebo, hacia el Oxfordseb divino que me esperaba en los cielos. Pero una vez más, nada sucedió como esperaba. 

El golpe que sin duda iba destinado a mi persona no llegó a alcanzarme, por intervención divina el asesino erró groseramente y lejos de tajarme con el filo de su arma cortó las cuerdas que me aprisionaban, la ocasión era inmejorable, el asesino se había vuelto hacia el puppet, con claras intenciones de acabar con sus histéricos llantos, los mangueries estaban absortos en su demente letanía y yo era libre para escapar, así que no lo pensé dos veces  y una vez mas tomé nota mental que a veces es mejor pensar y luego actuar antes que al contrario, pues si hubiera procedido de ese modo hubiera recordado que aunque el asesino me había liberado del poste de afeite ceremonial no había cortado las cadenas que los alopes habían fijado a mis tobillos y que ahora me hacían tropezar y caer desde el cadalso al duro suelo. Lo último que escuche antes de perder la conciencia por el golpe fue el salmo que los alopes pronunciaban una y otra vez “Aurelio, Aurelio, Aurelio…”