domingo, 12 de agosto de 2018

El Exilio (VII)


Oxfordseb

Nuevamente el puppet y yo nos pusimos en camino hacia Oxfordseb, el destino que Fray Alosebo me había ordenado alcanzar y lo cierto es que si largo había sido el camino hasta allí más largo se me hizo el que mediaba entre las antiguas tierras tísicas y el Oxfordseb original, no porque el camino fuera más largo si no por la falta de un señor inguinal con quien compartir la vivencia quedándome solo el despojo humano conocido como puppet, que para más inri, se vio reforzado en su pensamiento de dignidad después de los sucesos acaecidos y se empeñaba en comportarse como un igual.

Esto, como se puede suponer era tremendamente irritante pues se empeñaba en caminar a mi lado charloteando incansablemente y haciéndome participe de sus indignas preocupaciones para con su reino y lo que allí haría cuando volviera. Por si fuera poco se negaba a realizar las preceptivas guardias nocturnas a pesar de explicarle yo el grave riesgo que corríamos pues ya sabíamos que Skull y un probable asesino iban tras nuestros pasos. Así que viendo la imposibilidad de hacer entrar en razón al pícaro nos vimos en la obligación de suspender las guardias y dormir sin ellas exponiéndonos a grave peligro.

A pesar de todos estos inconvenientes logramos llegar en pocos días a las ruinas de Oxfordseb sin más perjuicios que los derivados del incesante parloteo del puppet, al que dicho sea de paso yo había liberado de su misión pero el se negaba a abandonar.
Así pues llegamos a las ruinas de la antigua oxfordseb, la que durante tantas generaciones había sido mi hogar, durante el tiempo claro está que el pueblo no me había expulsado en alguna de las innumerables revueltas que habían protagonizado, costumbre que no habían abandonado al otro lado del muro y por cuya causa me encontraba ahora en esta situación.
Prestamente me dirigí a las ruinas de lo que había sido la capilla del colegio y de la que apenas quedaban las huellas de los cimientos, despaché al puppet a los caminos pidiéndole que fuera a buscar bayas, cazara algún animal, se masturbara entre los arbustos o hiciera lo que le viniera en gana pues necesitaba soledad y recogimiento para cumplir las órdenes de Fray Alosebo y cumplir mi sagrada misión.

A mi mente llegaban las últimas imágenes que tenia de aquello que había sido mi hogar, me veía nuevamente luchando contra las hordas unatas y más concretamente con la pérfida enana en aquellos tristes días que a poco estuvieron de acabar con toda la civilización inguinal. Una honda tristeza se apoderó de mí y resolví cumplir con los designios de Fray Alosebo lo más rápido que pudiera de forma que abandonara lo antes posible aquel lugar preñado de tristeza.

Me desvestí, me afeité la cabeza, me embadurné de ceniza y me vestí de saco y procedí a sentarme en aquel lugar abandonado meditando sobre mis numerosos pecados.

No tardé mucho en quedarme dormido pues los últimos días habían sido agotadores, más por el incesante parloteo del puppet que por la dureza del camino, y estaba exhausto, nada más cerrar los parpados vinieron a mi imágenes de mis muchos enemigos, me rodeaban sus horrendas faces y reían en estentóreas carcajadas, estaba el maligno Ko, la pérfida Anselma, el traicionero Díaz y su hueste de gitanos, Skull Tatoo, Mangüer y sebito y por supuesto el adelantado alope, aquel que llaman presidente y el enmascarado asesino que nos perseguia. Todos parecían alegrarse enormemente de mi desgracia y aunque yo hacía aspavientos y manotazos no conseguía que se alejaran si no que reían con más fuerza como si les hiciera gracia mis débiles intentos de alejarlos, caí al suelo y todos ellos se abalanzaron sobre mí con claras intenciones de despedazarme y con mis últimas fuerzas eleve una oración para encomendar mi alma a Fray Alosebo. En ese momento, quizás por esa postrera llamada todo quedó inundado de una luz inmaculada que destruyó aquellos malignos espantajos y en el centro de la brillante blancura se recortaba la figura de un fraile que me ayudó a levantarme.

No era otro que el propio fray Alosebo que una vez más acudía en auxilio de su siervo más leal y que me habló en estos términos “Aloseb, una vez más has traicionado los ideales del colegio y una vez más has sido castigado, como también suele ocurrir has expiado tus pecados y has sido perdonado hasta la próxima ocurrencia que tengas pero los cristianos debemos perdonar hasta a los pecadores impenitentes como tú y como has cumplido la pena que te impuse te mostraré la cara de tu enemigo” – Aquí interrumpí al santo pues pensaba que ya conocía la identidad que me iba a ser mostrada y nunca hay que perder la oportunidad de mostrar tu conocimiento ante una aparición divina – “Fray Alosebo, ya conozco quien es , es aquel que secuestró el oso, me robó el colegio, matriculó allí a enanos y alopes y humilló todo lo sagrado cambiando el nombre de la institución a Oxfordko, el adelantado alope, el presidente” – El santo me miró con una mezcla de hartazgo y desprecio – “Aloseb eres un ceporro, no sé ni para que bajo, no tienes ni idea pero te permites el lujo de callar al que es más instruido para soltar tus rebuznos” – Aquí el santo dejó entrever sus días de Director del colegio cuando aún estaba vivo y me compadecí de aquellos que estudiaron bajo su mando, entre ellos Don José si hacemos caso a la tradición – “Cállate y escucha, aloseb. Ese que nombras y los otros que has visto en forma de aparición no son más que simples peones del mal encarnado, tu némesis, verdadero enemigo y que si me dejas un momento te mostraré de inmediato”- Diciendo esto, y quizás temiéndose una nueva interrupción el santo agitó su mano y ante nosotros apareció la figura de un señor sentado en un ampuloso despacho con muebles de caoba y grandes ventanales por los que se podía adivinar el característico paisaje de Mieres.

Entonces me fije mejor en la figura, ese bigotillo característico y esos ojos huidizos, el rictus de crueldad en su cara, el traje pasado de moda pero elegante, no podía ser otro, era Juan Netliga.
“Pero no es posible, Juan siempre ha sido amigo de Oxfordseb, él nunca me haría daño alguno, incluso acogí un tiempo a su hijo desviado…” – “Aloseb eres tonto, pues no te está diciendo una aparición en las ruinas del colegio original, aparición, por otra parte, del patrón del colegio, que ese es el que más mal te ha hecho, ¡coño, pues te lo crees!, que es que no puede ser. Y si no lo quieres creer haz memoria de las cosas ocurridas y verás que detrás de todo está su repugnante mano. Así que ahora despierta, reúnete con el puppet, recupera el colegio y acaba con Juan pues de otra forma no conocerás el descanso”- Con estas palabras el santo desapareció en un estallido luminoso que me cegó y cuando recuperé la vista estaba solo entre las ruinas. No sabía cuánto tiempo había pasado pero tenía mucho en que pensar y cada vez veía más claras las palabras del santo, las veces que había estado a punto de ganar el colegio y se perdió en el último segundo, los rescates fallidos del oso, ahora veía claramente la mano de Juan detrás de todo.

Decidí pues levantarme y recuperar Oxfordseb de manos de los alopes a la mayor brevedad y entonces ir por el malvado Juan que tanto daño había hecho al pueblo inguinal, pensé si merecía o no la pena ir a buscar al puppet y finalmente me decidí por aquello pues el santo había dicho que fuera con él, en ese momento apareció el puppet dando trompicones entre los arbustos, al principio no me di cuenta de que  ocurriera nada extraño pero un examen más minucioso del puppet me dijo que algo no andaba bien.

El puppet llegaba desnudo, maniatado, con el cuerpo magullado y la cara molida a golpes (En mi descargo he de decir que muchos amos gustan de llevar así a sus puppets y por eso no me extrañó hasta que recordé que este era un espécimen libre y que además se había ido solo y libre por lo que no era razonable que volviera de aquella guisa). Reaccione con la frialdad y rapidez que procede en un hombre de mi experiencia y entrenamiento, es decir intenté darme la vuelta y correr hacia el otro lado con todas mis fuerzas, pero bien fuera por el tiempo que había pasado entre ruinas o por el cansancio acumulado por aquel viaje solo conseguí tropezarme y acabar prácticamente a los pies del puppet y de sus acompañantes, que para ese momento habían salido de la foresta tras el puppet e iban armados con lanzas.

“Quien es aqueste que se atreve a refocilar por las ruinas del antaño hospicio y se arroja cobardemente a nuestros pies como un animal vencido” – Dijo una de las figuras.
Por la forma de hablar, inguinal clásico, que aquí me tomo la libertad de pasar al inguinal moderno para facilitar su comprensión, comprendí que solo podía tratarse de una tribu que creíamos desaparecida hace siglos en la península.
“Y no sólo eso, si no que además se atreve a vestir a su puppet y dejarlo libre por estos nuestros territorios”- Dijo el acompañante

Levanté la mirada y lo que vi no hizo si no confirmar mi primera impresión, aquellos dos, pues dos eran, iban desnudos, armados con lanzas e iban afeitados en su totalidad, sobre todo la zona inguinal excepto por un leve bigotillo por encima del escroto. Habíamos caído en las peores manos que podíamos, en manos de los Alopes Mangueries