viernes, 11 de diciembre de 2015

Diario de misiones KO (I)

La noche triste




 
6 de diciembre, año 624 desde la muerte de Fray Alosebo

Hoy Don Paolo me ha expulsado de Oxfordseb.

Llamándome al despacho me ha hecho entrega del documento de expulsión y me ha conminado al abandono inmediato de la institución y al destierro de todas las tierras alosebitas. He solicitado permiso para orar unos minutos en la capilla donde descansan los restos de nuestro patrón y se me ha concedido.
Oxfordseb esta extrañamente silencioso en esta triste noche.
En la capilla, arrodillado ante la imagen orante de Fray Alosebo he pedido perdón por mis graves pecados y he prometido al santo dedicar el tiempo que dure mi exilio a predicar la palabra de nuestro santo fraile por las salvajes tierras del Ko, aunque ello me cueste la vida.

Al salir de la capilla, preparado para abandonar el edificio y la tierra que me vio nacer, recojo mi triste maleta de piel de cerdo, es todo lo que se me permite llevar. Dentro, una muda limpia, el libro de los hechos de fray Alosebo y la copia manuscrita de la relación de los 7 reinos. Continuaré su traducción en mi injusto exilio.
Ya en la plaza de Feddal, hecho una última mirada al imponente edificio de Oxfordseb justo cuando las puertas se cierran de manera inmisericorde, el aldabonazo final a mi carrera como director del colegio. Ante mi paso, las puertas y postigos de las casas de la teocracia alosebita se cierran, nadie quiere que lo identifiquen como amigo de aloseb, de pronto de una puerta entreabierta escapa un niño de unos 5 o 6 años y corre hacia mi, quizás aún Don Paolo no haya corrompido todas las buenas almas del reino. Rápidamente, una mujer, sale del mismo portal y sin atreverse a acercarse le grita algo al niño, no oigo bien lo que dice solo entiendo retazos “Amigo de gitanos”, “Don Paolo”, “no lo mires”. El niño atemorizado ante lo que escucha prorrumpe en llanto y escapa veloz hacia su madre.

Prosigo mi camino

7 de diciembre, año 624 desde la muerte de Fray Alosebo

Me encuentro cerca de la línea Maginot, después de ella, el paramo de la casi segura aniquilación y si logro cruzarlo, las verdes praderas Ko.
Anoche sucedió algo extraño, caminaba por el sendero de Banega cuando oí un fuerte griterío, quise acercarme a ver que sucedía por si una dama necesitaba de mi socorro, y me acerqué hurtadamente hasta el foco principal del griterío. Me aposté detrás de una pequeña arboleda y observé lo que parecía un aquelarre infernal. Con unas viejas caravanas habían formado un semicírculo y habían distribuido varios toneles en los que habían arrojado maderas u otros elementos combustibles que ardían en su interior, para calentarse en la fría noche supongo, en la clave del semicírculo estaba situado Don José, patriarca del pueblo zíngaro de glutanato, en torno al perímetro de se situaban hombres y mujeres de esa raza que bailaban como diablos y tocaban extraños instrumentos mientras que gritaban sin cesar “¡Aloseb, Aloseb!” provocando una cacofonía infernal. En el centro del pandemónium ardía una hoguera y junto a ella dos figuras desnudas se entrelazaban en una lucha sin cuartel. Hipnotizado por tan horrendo espectáculo no pude dejar de mirar, las voces de los danzantes elevaban su tono mientras la batalla que presenciaban se iba haciendo cada vez más violenta, durante un segundo una de las figuras elevó su cabeza mirando directamente hacia donde yo me ocultaba y prorrumpió en horrendas carcajadas.

Por azar o quizás por estar así calculado las voces se elevaron en blasfemo crescendo y en un fatal empujón, más parecido al que una bestia realiza al comenzar su andadura tirando de un pesado carro que al que haría un ser humano, la figura que ocupaba el lugar superior empezó a dar espasmos como si de un endemoniado se tratase y cayó inerte al suelo, un inopinado trueno resonó en ese momento en el cielo y las llamas de la hoguera se elevaron hasta el cielo como tomando formas humanas, pareciéndome ver en ellas a Don Paolo y a Don José. En ese momento no pudiendo soportar mi alma la visión de tan espeluznante mal volví al camino. Pero no sin antes haber reconocido a los dos luchadores eróticos, pues se trataban de la tuerta Anselma y de Sergio, manager de glutanato, a la sazón hija y protegido del patriarca Don José.

  8 de diciembre, año 624 desde la muerte de Fray Alosebo

Hoy he llegado a la línea Maginot, y por primera vez en este desastroso viaje por la infamia he tenido una agradable sorpresa, en realidad dos.
Por un lado, en la misma línea maginot me esperaban los pequeños picaros de aloseb, habían escapado de oxfordseb la mañana siguiente a mi exilio ya que no concebían la vida en el colegio sin mi presencia. Los ojos se me han arrasado en lagrimas al ver tanta fidelidad por mi persona. Esto hará más fácil mi estancia en Koland.

Por otra parte en la misma línea maginot pero en territorio Ko esperaba una legación de guerreros, aunque al principio me ha extrañado ya que debido al paramo de casi segura aniquilación no suelen patrullar por la zona, pronto he comprendido que mi antiguo enemigo conocedor de mi débil situación los había enviado para acabar con mi vida, decidido pues a no caer en una muerte sin honor aferré mi espada y me abalancé sobre ellos con el antiguo grito de guerra alosebita aflorando a mis labios “¡Fray Alosebo y cierra oxfordseb!”, dispuesto estaba a no caer sin antes derramar tanta sangre koñera como lagrimas había derramado mi familia por mi destierro.
Pero estaba equivocado, hay mas honor en las tierras koñeras que el odio que fluye desde Italia hacia oxfordseb, los guerreros estaban esperándome por orden de su jefe tribal, mi archienemigo, pero lejos de querer causarme mal perseguían un noble objetivo, conducirme a salvo hasta las kolands utilizando caminos que solo este pueblo conoce, y una vez allí sería recibido con honores por su líder que me permitiría propalar la palabra de Fray Alosebo mientras restituía mi honor perdido y alfabetizaba a aquellas bestias con forma humana que se hacen llamar Koñeros.

Así pues, partí con ellos hacia las Ko

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