miércoles, 22 de noviembre de 2017

El Exilio (IV)


La Compañía de hombres libres de los Santos Teodosianos

El Aurelio y yo ya estamos plenamente integrados en la Compañía. Aunque al principio nos habían parecido poco más que bestias con forma de hombre nos hemos dado cuenta que son un grupo que tiene sus propias reglas y maneras y que si bien son algo caóticas se debe más a que provienen de distintos estratos sociales y diferentes reinos que a una manera de proceder. Su líder, Claus, al que apenas atisbábamos inteligencia se ha demostrado un buen líder, sus maneras y procederes pueden parecer absurdas y carentes de sentido a un ojo inexperto pero pronto el Aurelio y yo acostumbrados a manejar y juzgar caracteres en el colegio, nos dimos cuenta que todo obedecía a un plan general al que Claus subrogaba todas sus decisiones.

Manejar esta variopinta mesnada donde, todo hay que decirlo, un amplio porcentaje estaría en los módulos de máxima seguridad de cualquier cárcel de los siete reinos ya que aquí conviven criminales de todo pelaje y en suma gentes de mal vivir y poco acostumbrada a la obediencia y la disciplina mas allá de la ejecutada por la fuerza, no es tarea fácil. Si Claus hubiera pretendido poner normas de convivencia de obligado cumplimiento pronto hubiera amanecido estrangulado en el jergón de su tienda o apuñalado entre dos piedras mientras realizaba aguas mayores.

Sin duda, este bandido barbudo era conocedor de este hecho, quizás así llegó el mismo a liderar esta banda, lo desconocemos, pero está claro que sabe mantenerse en el poder mezclando por un lado una libertad en los quehaceres diarios de sus hombres  y por otro envolviendo sus planes de acción en un halo de misterio que consigue por un lado que nadie cuestione sus decisiones, por carentes de sentido que puedan parecer, y que todos lo sigan ciegamente en aras de la consecución de un supuesto plan glorioso que si bien no ha llegado aún, si está a punto de lograrse.

Como Claus pronto entendió, las dos condiciones antes nombradas no serian suficiente para mantener la paz en el campamento, ya que por su propia condición de banda prófuga de la justicia necesariamente habría que pasar largas temporadas de inactividad entre las cuevas y montañas de sierra ingle para evitar ser capturados o ejecutados por las fuerzas regulares de los siete reinos. Esta inactividad forzada en mitad de los agrestes campos inguinales pronto conduciría a estos hombres de carácter vivo a la práctica de la sodomía, el robo, las peleas, el asesinato, la venganza y en definitiva a toda practica poco recomendable de la que se debe huir si se pretende una futura cohesión en realización de crímenes donde por fuerza debes fiarte de tus compinches.

Por tanto, Claus además de liderar la banda también se había convertido en una especie de animador social de rufianes y a diario organizaba juegos, carreras y gymkanas que llevaban el alborozo y el cansancio físico a todos los hombres del campamento, cualidades muy necesarias para conservar la paz.

Así las cosas, al Aurelio y a mí, a pesar de ser más proclives al desafío intelectual que al físico y porque ocultarlo, la provecta edad del Aurelio, no nos quedó más remedio que  unirnos a los juegos y carreras que nuestro nuevo jefe proponía de continuo.

Cuando no llevaríamos más que un par de semanas en el campamento se produjo un hecho reseñable y como tal voy a tratar de reseñarlo.

Estando reunidos con Claus, con idea de convencerle de lo productivo que seria que nuestra mesnada atacara y recuperara Oxfordseb de manos de los enemigos de la civilización, esto es alopes, koñeros, gitanos y enanos, vino a la tienda en donde estábamos reunidos uno de los vigías que controlaban las llanuras que se extendían bajo nuestro campamento. De inmediato nos temimos lo peor, el malvado presidente de las tierras alopes mas allá del muro sin duda había dado con nosotros y se acercaba para hacerse con mi cabeza. Ni que decir tiene que de la impresión sufrí un pequeño desvanecimiento, pero al recuperarme de el pude escuchar que ni de lejos se trataba de ello.

Por el camino se acercaba un único jinete, no portaba enseres ni carros por lo que no serviría ni como victima de robo pero, se apresuró a aclarar el mensajero, lo extraño del caso es que el jinete no monta caballo, ni poni, ni burro ni cabalgadura semejante si no que se acerca encima de una de esas peligrosas bestias sodomiformes que pueblan el paramo de la casi segura aniquilación. Al punto supe de quien se trataba, no podía ser otro que mi archienemigo Ko, pues una montura de esas características no podía ser de otro. Sin género de duda, Ko-gafs un, primer orador del pueblo de Koland había descubierto mi paradero y venia a terminar con mi vida una vez me había sustraído mi hacienda a través de préstamos blandos a los alopes invasores.

Resueltamente aconseje a maese Claus que lo mandara abatir antes de que pudiera acercarse a la linde del campamento pues si bien lo superábamos en número su lengua es veneno y emponzoña el corazón de todo aquel que lo escucha. En su ánimo – le indique –no existe más que odio a oxfordseb y no dudará en sembrar la discordia y acabar con todo lo que aquí has construido para lograr sus intereses que no son otros que acabar con oxofrdseb y todo lo que este representa – Al momento supe que había errado en mis planteamientos ya que Claus, al oír “Todo lo que has construido” echó una mirada a su derredor viendo que lo que allí había seria indigno hasta para las tribus más primitivas de neardenthales de la antigüedad y juzgó pues, que mucho no se iba a perder en caso de que un solo hombre pudiera destruir algo. – Se le dará audiencia – proclamó – pues todo hombre tiene derecho a defender sus propósitos, como los tuvisteis el Aurelio y tu. Pues si así hubiéramos procedido contigo y el buen Aurelio hubierase perdido esta banda o Compañía los sabios consejos y ayudas que ahora me prodigáis, no quiera Fay Alosebo que por un  ímpetu excesivo perdamos los buenos consejos que este Ko-Gafs-Un pueda ofrecer a esta compañía tan necesitada.

Ante tales argumentos, que entre otras cosas habían salvado mi vida y la del Aurelio, no pude más que darle la razón no sin antes aconsejarle que tuviera cuidado pues ko-gafs-un es traicionero, maligno, réprobo, sodomita y destila veneno, además creemos que tiene cuernos y que si se acerca a una iglesia las hostias sangran en el sagrario.

Dicho lo cual y no queriendo vérmelas con mi archienemigo deje allí al Aurelio y salí a correr desnudo con varios de los hombres de Claus, en parte por oxigenarme y ejercitarme y en parte porque había convencido a varios de ellos para ejecutar un ataque de precisión quirúrgica a Oxfordseb con el objetivo de rescatar al oso sobre el que tantas infamias estaban derramando skull tattoo y los suyos.

Ko gafs un no podía haber aparecido en peor momento, dentro de dos noches un pequeño grupo de bandidos escalarían los muros del colegio al abrigo de la noche, entrarían a hurtadillas y rescatarían al oso. Luego lo traerían hasta aquí y podría recuperar su hermosa pelambre antes del ataque definitivo que expulsara a los inmundo alopes de tierra oxfordsebita. Ya no era momento de parar la operación así que en vista de que esta pudiera estar comprometida por la presencia del koñero decidí adelantarla dos días y que partieran esta misma noche, yo me quedaría aquí para vigilar al preboste inguinal sobrevenido al campamento.

Así pues, he dado las últimas instrucciones a mis muchachos. El plan esta estudiado hasta el último detalle, nada puede fallar. Llegaran a Oxfordseb y entraran allí como peregrinos que van a ver el antiguo despacho del Director, hoy convertido en una sala de multibarbacoas, con ayuda de un quintacolumnista se esconderán en alguna de las salas vacías del colegio y cuando caiga la noche saldrán, el quintacolumnista les conducirá al lugar donde tienen el oso, degollaran a los guardias y junto con el oso saldrán por un portillo de la muralla del patio. A partir de ahí tendrán que correr pues es sabido que el adelantado alope, aquel que llaman el presidente, gusta de afeitar cada noche las pocas cerdas que han podido crecerle al oso por lo que no es descartable que pronto la voz de alarma recorra todo el antiguo colegio.

Si todo sale bien estarán aquí en 4 o 5 días. No dudo de su valor, ni de su fuerza, ni de su determinación pero si de su ingenio. Aún así han repasado el plan una y otra vez. Pronto tendremos aquí al oso.

No me fio de Ko-Gafs-Un

Los días han ido pasando y nada se sabe de la hueste liberadora plantígrada o HLP como a ellos les gustaba llamarse y si esto fuera malo peor es aún la opresiva presencia de Ko-Gafs-Un en el campamento. Cada tarde lo veo pasear del brazo del jefe Claus como amigos de la máxima confianza o, si no supiera de la integridad del bandido barbudo, como sodomitas irredentos. Estoy seguro que no hace si no verter veneno en los oídos del capo barbudo que ya no me mira con el arrobo de antaño. La explicación que ha dado para quedarse es, en el mejor de los casos, inconsistente ya que aduce que después de la derrota de su enemigo, esto es yo mismo, sintió un tremendo vacio en su interior como si ya no le quedara nada que hacer en este mundo y que siendo el, un salvaje en su forma de vida, no encontraba cabida en las comodidades y oropeles de Oxfordseb por lo que habiendo oído que se había formado una compañía de aguerridos bandoleros decidió unirse a ellos para encontrarle otro sentido a su vida. Que no esperaba encontrarme aquí pero que estaba dispuesto a firmar una paz de corazón para luchar contra el verdadero enemigo, el alope.

Esta explicación, que Claus había encontrado correcta y sin fisuras lógicas perceptibles carecía por completo de sentido y de verdad pues en primer lugar si tan mal se encontraba en Oxfordseb podría haber vuelto a sus tierras donde me dicen que Ivo cabeza de lobo/La carriles, de infausto recuerdo, está intentado montar un nuevo partido político que aparte del aparato a Ko-Gafs-Un y por otra parte esos alopes a los que tanto dice odiar están y se mantienen en oxfordseb debido a los créditos blandos que el mismo autorizo con la condición de que el territorio pasara a denominarse Oxfordko y llenar así su ego.

Finalmente hoy ha vuelto un hombre de la HLP, venia ensangrentado y casi muerto. La operación ha sido un completo fracaso. Por lo visto el presidente estaba sobre aviso y nada más llegar a oxfordseb les echo encima a todo el ejercito alope comandado por el propio Skull Tattoo. Todos fueron capturados y torturados con objeto de conocer el plan, mi paradero, mis fuerzas y cualquier información relevante que pudieran tener sobre mi persona. Esta actitud torturadora era, en palabras de este pobre diablo, “Completamente innecesaria” ya que desde el momento que se vieron presos cantaron cual canarios aportando incluso datos que no se les habían solicitado “por si fueran de utilidad a su excelencia”  y peticiones de adhesión al ejercito alope, pero esto no paró la furia sádica de skull tatoo que acabó asesinando a todos los hombres y dándoselos de comer al oso.

Solo el había podido escapar bajo la firme promesa de actuar como un moderno Audax y darme muerte, solo la larga travesía de vuelta a las montañas había evitado que llevara a cabo tamaña iniquidad pues se había acordado del pago que estos hombres recibieron del cónsul Cepión y no quisiera recibir el mismo trato y por eso, en la seguridad de mi clemencia, escogía redimirse ante mis ojos y los de Fray Alosebo confesando la verdad.

Su confesión tan clara, sincera y culta me conmovió en lo más profundo de mi alma y con los ojos arrasados en lagrimas lo abracé para reconfortarlo y una vez se hubo tranquilizado y me besaba lo pies agradecido le di la absolución de sus pecados y cumplida muerte allí mismo por traidor, cobarde, delator, impío y sobre todo por bandido, extremo este sobradamente probado pues pertenecía a una conocida banda de salteadores.

Así pues me dirigí a la tienda de Claus para relatarle el fracaso de la expedición de rescate y también para informarle de la misma pues no había compartido mis planes con el, ni a decir verdad, con nadie más que con el Aurelio cuya fidelidad era tan inquebrantable como cierta. Al entrar en su tienda me lo encontré solazándose en compañía de Ko-Gafs-Un, pues la cercanía de este con el líder forajido era más que evidente y no hacia si no acrecentarse con el paso de los días hasta tal punto que muchos hombres de la compañía apodaban a Ko como señora Claus, cosa que yo reprobaba con viveza cuando lo oía pero alentaba secretamente a través del Aurelio.

Al entrar y verlos conversando animadamente perdí mi legendaria flema y arrojándome sobre el al grito de asesino, espía y robaosos comencé a golpearle con toda mi furia mientras Claus asistía al espectáculo completamente anonadado. Por suerte, el Aurelio que nunca anda lejos cuando su señor lo necesita, acudió a la tienda y pudo sepáranos antes que el daño que uno u otro nos causáramos, pues ko-Gafs-Un se defendía con la habilidad y salvajismo propio de su tierra, fuera irreparable. Inmediatamente Claus quiso saber el porque un teodosiano atacaba con tanta furia a otro sin que mediara provocación previa o posterior, pues ko gafs un continuaba callado seguramente abatido por el peso de su traición.

Todo le conté a Claus, como había enviado secretamente a un destacamento a rescatar al oso y como por mano del diablo rojo y utilizando oscuras artes aprendidas en el seno de Tupri el maligno Ko había avisado al presidente de mis planes y la llegada de mis hombres y les había dado muerte. Evite, por innecesaria y redundante entrar en detalles sobre la muerte del último superviviente pues es sabido que los que ostentan el poder tienen demasiadas ocupaciones para poder entretenerse en detalles y siempre agradecen un resumen ejecutivo que les ayude a tomar decisiones sin necesidad de atender hasta el último pormenor.

Ni que decir tiene que el sacrílego Ko negó todas estas informaciones por más que yo asegurara que se encontraban fuera de toda duda, pero Claus quiso que presentara prueba de todas aquellas acusaciones y como quiera que no pude aportar ninguna, más allá de mi palabra, que a mi juicio era suficiente y sobrada prueba del concurso de Ko en la fallida expedición, Claus decidió amonestarme a mí en lugar de a Ko en los siguientes términos:

-          Maese Aloseb, ha entrado por la fuerza en mi tienda, atacado a un muy querido amigo mío , lo ha acusado sin pruebas de una falta que el dice desconocer, lo ha golpeado y vejado en mi presencia y por si esto fuera poco ha confesado que ha organizado y puesto en práctica una operación no autorizada que se ha llevado por delante la vida de dos docenas de hombres y de paso ha revelado detalles sobre nuestra ubicación, numero, fuerzas, costumbres y Dios sabe que mas a un primer capitán de los reinos inguinales poniendo en peligro la vida y continuidad de la Compañía de Hombres libres de los Santos Teodosianos. Por ello recibirás el justo castigo de degradación y pasarás a ser el último de los hombres del campamento, se te prohíbe la entrada en mi tienda y en la de cualquiera de los capitanes de esta compañía y si se viera expuesto a cualquier otra falta por nimia que fuera seria arrojado por la cresta iliaca hasta la muerte. Castigo que ya merece pero que intercambio por el ya expuesto por intercesión del Aurelio, aquí presente, que ha demostrado en todo momento una devoción a la compañía y a su persona fuera de toda duda.

Y así, me veo relegado al último lugar de una compañía de prófugos criminales. Una vez estuve a punto de reinar sobre toda la inguinalidad y ahora soy menos que un limpiabotas de criminales. El Aurelio me ha reconvenido y me ha indicado que quizás debiera cambiar mi comportamiento ya que primero fue Oxfordseb, después nos expulsaron de Manguaropolis y ahora me degradan hasta los bandidos.

Quizás, como siempre, el buen Aurelio tenga razón y este comportamiento mío no sea agradable a los ojos de Fray Alosebo. Aprovecharé este tiempo para meditar y ver cómo puedo lograr de nuevo su favor y recuperar a nuestro querido oso y Oxfordseb de la mano de los sucios alopes que ahora mismo infestan mi tierra.

 

 

viernes, 27 de octubre de 2017

El Exilio (III)



En La Foresta

Así pues salimos a toda carrera de Manguaropolis perseguidos ahora por dos reinos, nuestra vida corría serio peligro pero no era eso lo que más dolor producía en nuestros corazones pues habían llegado nuevas a nuestros oídos. Oxfordseb había sido invadido por los alopes de muscleland y el nuevo director, cuyo nombre no había transcendido había firmado un acuerdo con el Komirato de modo y manera que este les concedía línea de crédito para seguir funcionando pero a cambio le abría paso expedito en Oxfordseb y permitía matriculaciones en masa de enanos, koñeros y gitanos y por si esto fuera poco el propio Ko recibia el título de Director honorario.

Como esto pariceale poco al infame hijo de tupri y aprovechándose de la preeminencia obtenida con petrokolares había exigido, y conseguido, a la junta escolar el cambio de nombre del colegio que a partir de ese momento se conocería como Oxfordko.

Pero si malo era el primero de los koñeros no le iba a la zaga el adelantado de los alopes en los reinos de más allá del muro. El presidente de los alopes libres de muscleland había localizado, capturado y rasurado al oso de Oxfordseb, la mascota del colegio que llevaba desde que era tierno osezno en las dependencias escolares y cuyos cuidados competían directamente al director de la institución.
Ahora, el inocente animal, no era más que el juguete de los hijos de Skull tatoo que en un pérfido movimiento de humillación a todo lo sagrado el brujo alope había matriculado en el colegio.
Podréis entender que el ánimo del Aurelio y el mío mismo era rayano en la desesperación, habíamos perdido el reino, el colegio, el oso, los haberes reunidos durante una vida de esfuerzo, la libertad y la vida, en el momento que nos capturaran.

Nos adentramos en los campos inguinales decididos a morir de resultas de la agreste vida salvaje antes que darles a nuestros enemigos el      placer de hacerlo por sus medios.
Estuvimos semanas vagando por los montes inguinales sobreviviendo de aquello que podíamos cazar, lo que viene siendo nada pues el Aurelio y yo nunca fuimos cazadores expertos ni siquiera aficionados por lo que nos alimentábamos de insectos y raíces que éramos capaces de arañar a la dura tierra montañera.

Poco a poco las semanas fueron pasando y la situación se agravaba cada vez más, a nuestra impericia con la caza se unió la debilidad de nuestros cuerpos pues es sabido que si uno no se alimenta las fuerzas desaparecen y llegado el momento bien por voluntad propia bien por accidente se acaba en el suelo y de allí a la panza de alguna alimaña que te encuentre.

Por fortuna y por los estudios cursados en Oxfordseb todo esto era conocido por nosotros asa que cuando vimos que la debilidad comenzaba a apoderarse de nuestros cuerpos tomamos la única determinación posible en aquel momento, sobrevivir. Y si para eso fuera necesario quebrantar la ley, habría de hacerse, ya habría tiempo después de expiar los pecados a los que el hambre y la maldad de koñeros, gitanos, alopes y enanos nos habían empujado a cometer.

Así pues decidimos asaltar una granja cercana que en uno de nuestras idas y venidas había querido que avistáramos fray Alosebo. Ciertamente las condiciones en que se encontraba eran deplorables, tanto que de no haber avistado fuegos en la zona la noche anterior la hubiéramos juzgado abandonada por ruina. En cualquier caso no importaba su situación ya que la desesperación era grande y el hambre más grande aun, el hecho de que no hubiera otras granjas cercanas ni núcleos de población, ni en rigor nada de nada en las cercanías la hacían presa predilecta para dos malhechores novatos como el Aurelio y yo por lo que, al abrigo de la noche, asaltaríamos la vivienda principal e intentaríamos hacernos con un lechón, oveja, gallina o cualquier otra cosa susceptible de ser comida. La idea era emplear la violencia solo en caso de extrema necesidad aunque esperábamos no fuera necesaria ya que abrigábamos la esperanza que solo vivieran allí ancianos o impedidos a los que de seguro sería fácil amedrentar.

Al caer la noche nos acercamos sigilosamente a la casa principal y no queriendo perder más el tiempo, pues el hambre era aguda y dolorosa juzgamos adecuado derribar a patadas la puerta principal, a la sazón prácticamente deshecha, e irrumpir en la casa armados con unos palos que habíamos cogido por el camino.

Otra vez el destino nos dio un nuevo varapalo pues lejos de encontrar allí a dos ancianos desvalidos, muertos preferiblemente, encontramos a la mayor colección de malencarados que el mundo había podido reunir. Allí se hallaban bandidos de todo pelaje, en grupos de a tres o de a cuatro, descansando de sus múltiples fechorías en aquella casucha abandonada. Al vernos a entrar, desharrapados, hambrientos, sucios y seguramente enfermos nos tomaron al principio por parte de su banda pero nuestras caras de sorpresa ante lo allí reunido y el aura de bondad que ambos exudamos nos delató como bisoños en hacer el mal ajeno y ellos hombres curtidos en el robo, la violencia y la vida de furtivo no tuvieron problema en desarbolar aquel precipitado asalto y reducirnos a la velocidad del rayo.

El Aurelio y yo ya veíamos que lo que no habían conseguido los prebostes iban a lograrlo aquella partida de bandoleros y ya descontábamos los minutos que nos quedaban en esta tierra que nos vio nacer, pero quiso la fortuna que el jefe de aquellos bandidos tuviera hueco en sus filas ya que una epidemia de disentería se había llevado por delante algo más de la mitad de sus hombres.
Asi, en mitad de la noche, desnudos, hambrientos y apaleados fuimos llevados a la presencia del bandido que regía los destinos de aquella partida de desharrapados y que no era otro que el afamado bandolero Claus, el azote inguinal.

El imponente barbudo, viéndonos casi muertos, a punto estuvo de ordenar a sus hombres que nos arrojaran por la cresta iliaca, remedo de la roca Tarpeya romana, pero en el último momento, bien porque reconociera en nosotros la dignidad de antiguos mandatarios oxfordsebitas y pensara que podría sacar algún redito de nuestra condición de buscados por la justicia o bien por la lástima que pudo despertarse en su corazón cuando nos arrojamos a sus pies implorando clemencia cristiana, el barbudo perdonó nuestras vidas y dio instrucciones de que nos dieran ropas, nos devolvieran nuestras armas y nos proporcionaran comida y camastro, todo aquello, claro está, a cambio de jurar fidelidad a la compañía aventurera.

Este fue, quizás, el momento más delicado de toda aquella situación, pues se conoce que aquello del juramento había sido alguna ocurrencia de última hora por aportar dignidad y altura al momento de entrar en la hermandad y no tenía preparado juramento alguno que pudiéramos repetir. Por fortuna debido a nuestros estudios en Oxfordseb no estábamos vacíos de palabras con las que poder realizar un armazón donde se pudiera acomodar el juramento y el Aurelio y yo lo construimos al instante a falta de un detalle, que no era otro que el nombre que se daba aquel grupo humano.

Ante la falta de información veraz decidimos preguntarle al capitán de la compañía, a la sazón, nuestro nuevo jefe, Claus. Pero este pareciese que en la vida habíase preocupado por semejante detalle, pareció confuso y tal vez algo humillado ante sus hombres, los cuales jamas habían pensado que necesitaran un nombre hasta ese momento pero que ahora a todos les parecía sorprendente e indignante carecer de él y muchos movían negativamente la cabeza como desaprobando la conducta de su líder que los había tenido innominados hasta ese momento. El Aurelio y yo temimos de nuevo acabar en una fosa poco profunda, pero desde la rebelión de las barbacoas este era un sentimiento que nos venía con frecuencia inusitada, pero finalmente el bandido sacudió la cabeza y nos dijo – El nombre, el nombre el que queráis, vosotros sois estudiados y seguramente más que capaces de encontrar un nombre que represente dignamente esta grupo de caballeros. Solo una cosa impongo, la palabra Teodosio debe encontrarse inscrita, pues de otro modo ni mis hombres ni yo validaremos la decisión-

-¡Magnifica decisión!- intervine –Pues sin duda en su misericordia infinita el sabio Claus, ha decidido incorporar el nombre del emperador Romano que implantó oficialmente el catolicismo como religión del Imperio, siguiendo los pasos de su predecesor Constantino y convocó el concilio de Constantinopla donde se consideraron los escritos verdaderos de la Santa Madre Iglesia, se calificó de herejes a los seguidores del impío Arrio y se estableció sin género de dudas la divinidad de nuestro señor Jesucristo y del espíritu santo-

- Bueno, si, eso, claro –Pareció dudar el barbudo – por eso y por una casa que tuve yo y que durante un tiempo fui muy feliz, antes de verme arrastrado a esta vida montaraz.
Pues si estamos de acuerdo-terció el Aurelio- decidamos el nombre, Don Aloseb que Fray Alosebo le ilumine en esta nuestra hora de necesidad

Todas las miradas se dirigieron a mí, la suerte estaba echada, de equivocarme en el nombramiento sin duda acabaríamos despeñados por los montes, recé a Fray Alosebo y me concentré para recibir su gracia.

La compañía de hombres libres de los Santos Teodosianos – dije arrebatado por el fervor divino.
El silencio era absoluto, los bandidos miraban a su jefe esperando su aprobación o su enojo para proceder de una u otra manera, el barbudo aparecía callado, como ido, seguramente rememorando algunos de esos días en la casa de Teodosio a los que se había referido antes. La tensión aumentaba y yo ya me veía rodando por las laderas de las agrestes montañas en compañía de mi fiel Aurelio cuando el líder de la banda volvió en sí y dio su aprobación al nombre.

- Amigos, espetó –demos la bienvenida a estos dos noveles bandoleros a la compañía de hombres libres de los Santos Teodosianos.

La turba prorrumpió en atronador aplausos y el Aurelio y yo fuimos absorbidos por ella entre felicitaciones y proclamas de amistad eterna y así comenzó nuestra nueva andadura de salteadores de caminos en la Compañía de los Santos Teodosianos.

viernes, 13 de octubre de 2017

El Exilio (II)



En Manguaropolis


Una vez más nuestros planes no salieron como el Aurelio y yo hubiéramos querido, nuestra estancia en Manguaropolis ha sido breve y accidentada, pero no adelantemos los acontecimientos que ahora procederemos a narrar.

A nuestra llegada a Manguaropolis fuimos recibidos con honores de estado no por una delegación si no por dos. Una por cada uno de los contendientes que luchan por el trono ducal de la república. Fuimos alojados en el palacio de los manguara y esa misma noche se organizó una recepción en honor del “Verdadero gobernante de Oxfordseb”. El Aurelio y yo pensamos que estaríamos bien y que nuestra estancia allí seria larga y fructífera y que cuando consiguiéramos llevar la paz a ese territorio tendríamos un poderoso aliado para la reconquista del colegio.

Esa noche asistimos a la recepción en nuestro honor y descubrimos que a pesar de la fractura interna y las tensiones a las que la zona estaba sometida Manguaropolis aún conservaba sus tradiciones y elegancia. La noche comenzó con un agradable baile en el salón de embajadores del palacio ducal y luego nos dirigimos a la sala del comercio donde se serviría la comida y que había sido maravillosamente adornada imitando un refectorio monacal. 

Al finalizar la cena, Mangüer se levantó y quiso decir unas breves palabras para agradecer la presencia de su invitado, es decir yo, y pronunció un emotivo discurso del que entresaco algunos extractos; “En la Biblia está escrito: "Lo que no es ni caliente ni frío lo quiero escupir de mi boca". Esta frase del gran Nazareno ha conservado hasta el día de hoy su honda validez. El que quiera deambular por el dorado camino del medio debe renunciar a la consecución de grandes y máximas metas. Hasta el día de hoy los términos medios y lo tibio también han seguido siendo la maldición de Manguara. Un mundo de enemigos oligofrénicos se alza contra nosotros y el manguares debe decidirse también hoy si quiere ser un soldado libre o un esclavo blanco. Hace un año he declarado en este mismo lugar que el derrumbe de la conciencia nacional manguaresa, que vivíamos bajo el mandato de Mangualon, también arrastrara conjuntamente al abismo la vida económica de Manguara. Porque para la liberación se requiere más que política económica, se requiere más que laboriosidad, ¡para llegar a ser libre se requiere orgullo, voluntad, terquedad, odio, y nuevamente odio…. También veo aquí al que sin duda será aliado nuestro en esta batalla que nos espera contra los retrasados que ahora gobiernan la república, el auténtico director de Oxfordseb, un gran amigo de la causa de Mangüer pues no dudó en prestarnos refugio, cuando la necesidad era grande y no permitirá que una panda de tarados y violadores, a la sazón víctima y verdugo, gobiernen esta libre republica de mercaderes..”
Este discurso fue recibido con entusiasmo arrollador y por un silencio sepulcral por ambas bandas de la sala.



Mangui, al que parece ser alguien había instruido para esta ceremonia, procedió a levantarse con idea de dirigir al público presente un discurso similar al realizado por Mangüer, pero bien por falta de tiempo para ensayar o bien por las graves taras mentales que padece, comenzó a balbucir algunas ideas inconexas y deslavazadas con una idea central que no dejaba claro si lo que quería era el apoyo de Oxfordseb, de los alopes o del propio Mangüer. Fue en ese momento cuando, perdido en su propia maraña de reflexiones irracionales y parecía que iba a pedirle permiso a Mangüer para irse a jugar. Cuando se levantó Sebito de su asiento y obligó a Mangui a sentarse nuevamente mientras le deslizaba unos cromos de familias del mundo para mantenerlo entretenido. Sebito, tomó la palabra y nos indicó que, como valido del verdadero representante del ducado, no dudaba que el Director de Oxfordseb y su hombre de confianza habían acudido a Manguaropolis en hora tan sombría para brindar apoyo al último de los Mangualon y verdadero ocupante del trono ducal. Que la norma y la ley estaban siempre por encima en Oxfordseb y que sabía que la legación Oxfordsebita del gobierno en el exilio les daría todo su apoyo. Y que además si no fuera suficiente tener la ley de su lado, ya que Mangui era el último de la sangre de Mangualon I, azote de los alopes, el mismo, había sido criado en Oxfordseb y el segundo al mando era su padre, padre que por otra parte lo abandonó a su suerte cuando fue detenido acusado falsamente de un abyecto crimen de violación de discapacitados con el agravante de nocturnidad, disfraz y alevosía.

A este discurso le siguió nuevamente el aplauso de una parte de la sala y el atronador silencio de la otra. Así las cosas creí que sería conveniente dirigir a un pueblo tan dividido unas palabras con objeto de infundirles el ánimo que necesitaban para volver a hermanarse y levantar un reino que de ser principal en la península había pasado a perder su silla en el consejo inguinal. 

“Queridos hermanos en Fray Alosebo – comencé a hablar- esta tierra, primera en levantarse contra el enemigo alope, está sufriendo mucho y el dolor de esta tierra es el dolor de Oxfordseb, que represento ahora en el exilio. El conflicto de Manguaropolis no está en la falta de líderes si no en el exceso de estos, pues hay dos. Algunos dirán que es uno solo pues uno de ellos es un discapacitado mental asistido por un sanguinario violador con cuentas pendientes con la justicia manguaresa y que debiera estar emasculado a estas alturas, otros argüirán que efectivamente es solo uno pues el otro líder se trata de un antiguo dictador filo fascista que antaño fue expulsado por la fuerza de Manguara y que, entre otros horrendos crímenes fue el responsable del cierre de almacenes manguara, verdadero faro del comercio manguarés. Pero yo os diré que estáis todos equivocados, que de los dos líderes no puede servirse ninguno esta tierra regada por la gracia de Fray Alosebo, pues solo hay un ungido y este se encuentra perdido y debe volver, por lo que la propuesta de paz que traigo, no es otra que aceptéis mi regencia mientras vuelve el ungido de Manguara pues Oxfordseb es un pueblo amigo y los amigos no dudan en sacrificarse cuando la necesidad urge”

Al finalizar creí haber ensordecido por el impacto sónico que debía haberse producido por la miríada de aplausos y gritos de adhesión a mi causa, que no era otra que la de manguara, pero pronto el Aurelio me hizo saber que no es que estuviera sordo si no que recorría la sala un silencio estremecedor y ominoso. 

Estando así las cosas juzgué oportuno retirarnos a nuestros aposentos y esperar al alba para que los manguarenses pudieran tener la oportunidad de meditar sobre mi fabulosa propuesta. El Aurelio me comunicó que se daría un paseo para pulsar la opinión de nuestra oferta en uno y otro bando así que rece mis oraciones y me fui a dormir, sin saber que ni esa noche podría pasarla en Manguara.
No sé cuánto dormiría pero un tremendo ruido me despertó, al alzarme de mi lecho observé que ante mí se desarrollaba una tremenda lucha entre dos figuras, creí que sería un asesino enviado por los rebeldes oxfordsebitas, pues ya conocía que habían puesto precio a mi cabeza, y mi fiel Aurelio, siempre presto a defender a su señor. Pero antes de que pudiera levantarme se abrió la puerta y apareció el Aurelio que quedó tan sorprendido como yo de la escena que se desarrollaba ante nosotros, gracias a Fray Alosebo y al entrenamiento militar recibido en Oxfordseb a causa de las múltiples algaradas a las que nuestro territorio está sometido de continuo, pudimos reaccionar con presteza y como un solo hombre nos arrojamos contra aquellos dos asesinos, no me quedaba duda alguna de lo que eran, y clavé mi misericordia en el cuello de uno de ellos mientras el Aurelio hacía lo propio con el otro. Una vez quedamos solos, al menos solos en vida, el Aurelio me dijo que acudía raudo a la alcoba ya que había sabido que mi discurso no había contentado ni a unos ni a otros si no que muy bien al contrario ambos bandos me tachaban de traidor y maligna influencia pues bien sabían que el Ungido desapareció durante el motín de los unatas y que mi intención directa era hacer de manguara una colonia oxfordsebita. Así las cosas, el discurso destinado a la unión del pueblo consiguió su objetivo pues Mangüer y sebito apartaron sus diferencias y establecieron como primera y última meta de su alianza la de darme muerte. 

Quiso la fortuna que a pesar de ser aliados ninguno se fiaba del otro y cada uno, por su cuenta, decidió enviar un asesino que diera buena cuenta de mi terrenal existencia y al llegar ambos a la vez por puertas distintas y enfrentadas, el odio que cada bando tiene al contrario fuera más fuerte que la fidelidad a la palabra dada y decidieran enzarzarse en violenta lucha lo que finalmente hizo que me despertara y pudiera actuar a tiempo.

En cualquier caso se hacía evidente que nuestra estancia en Manguaropolis había terminado y debíamos salir de allí a la mayor brevedad que nos permitieran nuestras piernas y disfraces, pues el Aurelio, siempre tan precavido, había conseguido en la ciudad ropajes para hacernos pasar por zíngaros que acudían a manguara en su peregrinación quinquenal de micción en las estaciones de metro inguinales. Nos enfundamos nuestros trajes naranjas y salimos de allí a toda prisa, a través de un pasadizo que allí había y que fue usado por el propio Mangualon para huir de Manguaropolis a Oxfordseb durante el levantamiento de Mangüer.

Volvimos pues a los caminos y marchamos de Manguaropolis peor que cuando llegamos pues si al llegar éramos fugitivos de un reino ahora lo éramos de dos.

martes, 3 de octubre de 2017

El Exilio (I)



Una vez más me veo impelido a abandonar mi querida Oxfordseb, una vez más mi fiel Aurelio me acompaña en tan desagradable trance. El Impaciente pueblo oxfordsebita ha vuelto a levantarse en armas contra mí y la Rota romana, siempre celosa de su poder, me ha destituido de mi cargo como director.

Una vez más me veo huyendo por los caminos como un bandolero, nuevamente y con apenas tiempo para hacer el petate tuve que volver a salir por los sotanos del colegio y escapar como un ladrón al abrigo de la noche.

Todo comenzó con un disgusto del pueblo por no se que ordenanza o norma para la celebración de barbacoas, al parecer los oxfordsebitas aman las reuniones en torno a una parrilla y como por seguridad habíamos endurecido las normas para su celebración las barbacoas ya no podían celebrarse con la facilidad de antaño. Esto enfureció al pueblo que al grito de “A las barbacoas” tomó la plaza de feddal, a la que en breve cambiaremos el nombre por plaza de la revolución pues no son pocas las que han comenzado en dicha sitio o quizás mande destruirla y cavar un foso en su lugar para proteger debidamente el colegio.

Lo que al principio tome como una excéntrica protesta de unos pocos que podría solventar de un metafórico papirotazo pronto vimos que se había convertido en un movimiento imparable. Si a la mañana eran dos o tres familias las que se sentaban en la plaza delante de sus barbacoas silenciosas a la tarde eran cientos, miles a la noche e innumerables al despuntar el día.
Pensé en tomar medidas y enviar a los caballeros de la sangre de fray alosebo a disolver la silente manifestación pero el Aurelio me aconsejó prudencia, lo que a la postre se reveló como un error ya que cuando por fin envié a los caballeros a que disolvieran aquella reunión de campistas era tarde. La multitud, al ver a la guardia acercarse los instó a unirse a su movimiento y la sedición o las ganas de hacer una barbacoa hizo el resto. Como pasa en todas las reuniones de más de 5 personas, si esta se dilata el tiempo suficiente acaba apareciendo la violencia, unas pocas piedras, unos gritos contra aloseb, algunos insultos y en breve lapso estaban asaltando el colegio, arrojando sus barbacoas a las cristaleras que protegen del viento el claustro exterior.

Por suerte, el Aurelio, curtido ya en esto de las turbamultas se anduvo vivo y aprovechando su antiguo carromato donde trasladaba a los alumnos díscolos a fpseb me instó a ataviarme como una campesina de la tundra mientras él hacia lo propio pero de masculinas maneras y asi pudimos escapar del colegio justo antes de que la multitud venciera la resistencia de las puertas de roble del despacho de dirección.

Tomamos pues camino hacia manguaropolis, movidos por un doble motivo, por un lado y visto que de nuevo tenía que huir la ciudad hermana de manguara se antojaba como un destino preferente donde podría ser tratado como merezco y además, el infame aspecto que teníamos cuadraba perfectamente con la locura que estaba viviendo la zona en manos de mangüer y mangui por lo que dos orates se dirigieran hacia allí no causaría extrañeza en las gentes que por el camino nos encontráramos.
Y por si esto fuera poco, el Aurelio ansiaba volver a ver a su traidor y malvado hijo, sebito, a la sazón valido de Mangui.

Así pues tomamos la carretera de Don Jose, camino que cruza la tierra inguinal de cabo a rabo y nos dispusimos a llegar prestamente a la frontera antes de que algún desaprensivo nos identificara y acabara dando con mis huesos en algún oscuro presidio.

La noche era cerrada y sin luna por lo que juzgamos que no nos sería difícil alcanzar la relativa seguridad de la frontera. Mas una vez mas erramos en nuestros precipitados cálculos. De resultas de la revuelta el pueblo entero de oxfordseb, conocedor que la norma de las barbacoas había sido derogada, se lanzó de manera inmediata a los campos, caminos, terrenos, fincas y en suma a cualquier lugar que pudiera ser susceptible de convertirse en cuna de una barbacoa improvisada. Por todos sitios donde pasábamos no se veían mas que gentes alegremente celebrando la fiesta de la asadura y debido a que las barbacoas necesitan del fuego para vivir y que había miles de ellas, más que de noche pareciase aquello pleno día.

El miedo se instaló en nuestros corazones ya que si alguno de aquellos furibundos campistas que se acercaban a ofrecernos chistorras, carne o hamburguesas hubiera reconocido en la pacata campesina que les negaba los favores y atenciones al regidor huido de oxfordseb poco hubiéramos durado y el Aurelio y yo mismo descansaríamos ahora en alguna cuneta cuando no como vivo alimento del fuego barbacoil. 

Quiso Fray alosebo que ninguno de ellos se percatara de la verdad y no fui reconocido, pero el mismo santo no quiso ahorrarme a su vez la espantosa visión de un pueblo enloquecido por el odio hacia su legitimo señor. Pues vine a ver que en cada barbacoa y festividad, en cada reunión de las muchas que se hallaban a lo largo del camino, se encontraba un triste muñeco que los niños golpeaban y al que arrojaban los desperdicios del refrigerio. Extrañado por la repetitiva presencia del muñeco interpelé al Aurelio por la finalidad de este, pero el Aurelio no quiso o no pudo desvelarme el misterio. No importó demasiado el fin del muñeco se encontraba cerca, tanto en su acepción de finalidad como físicamente. Llegada el alba y encontrándonos cerca dela frontera vi que el muñeco no era más que un triste remedo de mi efigie que cada campista había construido, con mayor o menor fortuna, y al que se dedicaban a humillar y golpear y hasta orinar, los más exaltados. Al empezar a amanecer todos los grupos de barbacoas agarraron al muñeco y lo arrojaron a las últimas brasas de las barbacoas con el doble objeto de avivar sus llamas y cometer un improvisado pero efectivo auto de fe multitudinario con ejemplarizante castigo en efigie.

Así, con esta última visión, la de mis compatriotas por los que he dado todo quemándome en efigie, atravesé terminables entre disminuidos y sanguinarios.
Esperaba encontrar la paz en manguaropolis y recabar la ayuda que necesitaba para poder volver a sentarme en el sillón de dirección del colegio.