domingo, 27 de diciembre de 2015

La Batalla de las Darklands


Amigos, abro aquí un pequeño receso para contaros un hecho que ha acontecido en los siete reinos y que a punto estuvo con destruir tanto por lo que hemos luchado. Debéis saber que en las Darklands, el antiguo reino del limosnero se levantó un grande ejército, su objetivo acabar con los siete reinos y cubriéndolos de oscuridad convertirlos en un apéndice más de las Darklands.
Sí, todos sabemos que en aquellas tierras solo moran los fantasmas y los espectros, que nadie que se atreva a internarse en sus ruinas logra salir con vida de allí, pero algo mas se escondía en sus entrañas. El antiguo limosnero, hoy espectro, había ido acumulando más y mas almas pérdidas de aquellos que se atrevían a acceder a su reino y poco a poco fue haciéndose con tremendo ejercito, tan grande que se vio con fuerzas para atacar al resto de pueblos inguinales.
Tenida noticia de que tan horrendo ejercito se acercaba, los reinos adeptos al orden se prepararon para la guerra, desde Oxfordseb se envío despacho a los 7 reinos para que se unieran bajo la bandera de Fray Alosebo y un cuervo a su santidad.
Solo 6 contestaron, La Republica de mercaderes libres de manguara, los Radicales, los zíngaros de Don José, el pueblo libre de Ko, el sultanato de peñarroya y el Rey títere de muscleland, esto es los alopes. Porque amigos míos, el peligro que arrostraba esta tierra era tan grande que incluso el enemigo natural de nuestros reinos se unió para luchar contra él.
Nada tan grave se había visto en estas tierras desde, quizás, el motín de skulltatoo.
Todos los reinos se preparaban para la guerra, el ejército de silentes del limosnero se había localizado cerca de la frontera con el sultanato, estaban acampados al pie de una colina, cerca del arroyo del recodo y se decidió que aquel seria nuestro campo de Marte.
La salida de Oxfordseb será siempre recordada, Las calles alfombradas con flores, banderas alosebitas en los balcones, el silencio solo era roto por las gargantas de la población que entonaban quedamente el himno de fray Alosebo, a caballo dirigía yo la columna que entraría en batalla y delante del hermoso rocín corrían zagales engalanados que arrojaban al paso de la columna pétalos de rosas. Llegados a la misma puerta de Oxfordseb, donde abandonaríamos la seguridad de nuestro reino para luchar por toda la península, un ermitaño nos dio el alto y con voz temblorosa sacando un pergamino de su sucio jubón leyó en alto lo que no era sino una misiva del santo padre, le había dado a nuestra gesta la categoría de cruzada y llamaba a todos los pueblos inguinales a unirse a ella para derrotar al mal que habitaba en las Darklands.
En todo Oxfordseb hubo una explosión de júbilo, nuestra guerra estaba ahora bendecida por su santidad y concedía indulgencia plenaria a todo aquel que participara en la batalla.
Los radicales, que habían salido antes, seguramente para ir montando gresca en los cientos de salones y bares de Xipas que jalonan los caminos desde sus tierras a las nuestras, se encontraron con nuestro ejército al poco de salir nosotros y se unieron todos en hermandad bajo la bandera de Fray Alosebo. Pues a pesar de ser radicales y negar la capitanía de aloseb, siguen siendo hermanos alosebitas y respetan y veneran la sagrada figura.
Mientras tanto en Manguara, el ejercito que el dux había formado se aprestaba a introducirse en los vagones del tren militar que el consejo de manguara había fletado, las escenas de viva emoción se sucedían por doquier pues bien sabia manguara que muchos de los jóvenes que ahora embarcaban no volverían a suelo manguares. Fue ese momento en que el Dux, aquejado de grave dolencia desde la huida de café con leche se levantó de la cama y saliendo al balcón anunció a viva voz que el Papa había decretado cruzada. Al enterarse de la noticia miles de jóvenes que no habían sido reclutados saltaron a los vagones, muchos, directamente desde los brazos de sus madres o de sus novias. Cuentan, que llevado por la emoción hasta el propio Mangui saltó a uno de los vagones embargado su espíritu de ardor guerrero o quizás porque en su limitada capacidad no entendía bien que pasaba y creía que aquello era un nuevo juego manguarés. En cualquier caso quiso la fortuna que fuera reconocido y realizando una parada extraordinaria el convoy lo dejo en una parada cercana donde el primer manguaro pudo enviar a un propio a recogerlo.
El Ko, pueblo salvaje y guerrero, avanzó por el paramo de la casi segura aniquilación como un solo hombre rumbo al lugar indicado y seguramente ignorante de la misiva papal ya que como es bien sabido se trata de un pueblo atrasado que a pesar de mis esfuerzos no está completamente convertido y, aunque así fuera, son gentes bárbaras que apenas alcanzan para saber leer su nombre por lo que la romana misiva no causo alborozo alguno entre sus huestes.
Los Gitanos, pueblo trashumante, ya se encontraba allí reunido y esperaba al resto, pues estas gentes tienen un sexto sentido para saber donde habrá movimiento y por ende de donde sacar tajada.
Por último también salió el ejército del sultanato, comandados por la mujer búho, salvaje criatura que lleva atados en los estribos cientos de escrotos humanos.
Los Ejércitos se reunieron en la garganta del tremendo a medio día escaso de distancia del arroyo del recodo, lugar elegido para la batalla. Allí las diferencias entre reinos fueron momentáneamente olvidadas en pos de un objetivo mayor y se dieron las pertinentes instrucciones de combate. Se montaron los campamentos y todos los ejércitos se hermanaron sabiendo que aquella sería la última noche de muchos. El rey títere dispuso su campamento algo apartado del resto ya que aunque ahora aliados nadie olvidaba que se trataba de alopes, el enemigo natural de los siete reinos.
Al despuntar el alba los ejércitos se pusieron en marcha, y que ejércitos, jamás en la historia de los siete reinos se había visto algo como aquello, de tantos pendones y estandartes que allí había se diría que un bosque había entrado en movimiento. Caballeros Oxfordsebitas, salvajes Ko, Fusileros manguarenses, xiperos radicales, jenízaros peñarroyiles, alopes y danzantes, gitanos en caravanas, todos avanzaban con paso firme hacia la colina que se encontraba antes del arroyo y valle del recodo.
Finalmente los ejércitos alcanzaron la cima de aquella colina y los capitanes observaron el ejército enemigo que esperaba en el valle. Cientos de miles de hileras de silentes esperaban en formación, tantos había que diríase que aquel ejercito no tenia fin. Los capitanes buscaron las divisas y emblemas que identificarían a los oficiales al mando, mas no hallaron ninguna, entonces buscaron el gonfalón que identificaría el lugar donde se hallaba el comandante de aquella innumerable tropa de silenciosos soldados, mas tampoco hallaron ninguna.
Pareciase que aquel ejercito espectral podía dirigirse desde la misma mente del limosnero, no necesitando este de tenientes o capitanes que dirigieran las tropas ni pendones o banderas que transmitieran las órdenes.
Al ver esto el desanimo cundió entre las tropas de los siete reinos, si no podían identificar a aquel que los guiaba no podrían derrotarlo. Entre las filas de los combatientes empezaron a oírse pequeñas protestas y maldiciones, se creía invencible al limosnero como anima maldita desde los sucesos de Casemiro.
Las filas de efectivos, hasta ese momento, inasequibles al desaliento empezaron a temblar pues nadie se creía capaz de batir a semejante ejército. Pero tomando la palabra los líderes de cada casa comenzaron a hablarle a sus tropas en emocionante soflama para inundar sus espíritus de ardor guerrero. Ora se mentaba a Fray Alosebo y su valentía al adentrarse más allá del muro para expulsar a los alopes, ora se decían los muchos tesoros y negocios que la republica manguarense podría obtener de lograr la victoria, Don José animaba a sus tropas diciéndole las muchas ruinas que podrían saquear en las tierras del tesorero, los radicales solo necesitaban saber que había gresca cerca para estar animosos al combate, el rey títere alzaba una maquinilla y por gestos se intuía lo que pretendía hacerle a los silentes cuando los alcanzara, solo callaba extrañamente la mujer búho, pero entonces nadie advirtió tal comportamiento.
Finalmente el ejercito se recompuso pero conociendo los lideres que aquello quizás no durara besaron sus escapularios de fray Alosebo, aquellos que lo hicieron, y al grito de “Fray Alosebo y cierra Oxfordseb” comenzaron la tan esperada carga.
Entretanto las innumerables filas de silentes esperaban en la falda de la colina, inmutables. El choque fue terrible y la refriega constante, durante mucho tiempo solo se oían los gritos de guerra de los ejércitos de los siete reinos o los propios de agonía al caer bajo los silentes, el otro ejercito luchaba y caía en pasmoso silencio, diríase que eran espíritus y no personas los que allí batallaban.
En cualquier caso, los ejércitos inguinales estaban venciendo, las silenciosas tropas caían ante ellos como trigo maduro en la siega, cuando de repente, un alarido espantoso surgió desde la espalda del ejercito atacante, los jenízaros peñarroyiles que se habían quedado atrás en el primer envite de violencia, cargaban ahora colina abajo como furiosos demonios comandados por la mujer búho que exhibía en aquel momento una diadema hecha de piel escrotal que infundía pavor en aquel que la miraba. Así se consumó la traición Peñarroya se puso al lado del limosnero y atacando al ejercito por su espalda lo atrapó cual tenaza a un clavo.
El no poder avistar al comandante de los aparecidos y ser atacados por la retaguardia con una traición espantosa, era más de lo que aquel ejército podía soportar. La batalla estaba perdida y con ella las tierras inguinales.
Pero hete aquí que en el momento de mayor gravedad, cuando los combatientes caían  por millares y toda esperanza era vana, Fray Alosebo no quiso dejar a su pueblo a merced de esos demonios y repentinamente en el cielo brillo una luz potentísima y en medio de aquella luminiscente bola de fuego se podía adivinar la figura de la cruz de Fray Alosebo mientras en el cielo se dibujaban las palabras “In Hoc Signo Vinces” y un rayo surgió de aquella cruz bañando completamente a uno de aquellos silentes y trocando su parda túnica por una de vivos colores. Es por esto porque supimos quien era el limosnero.
Aún redoblados los ánimos ante tamaño prodigio, la victoria no estaba cerca, los silentes atacaron con celo al verse su jefe revelado y nuestro ejército empequeñecido ante la marea espectral no alcanzaba a darle muerte. Cuando ya todo parecía perdido y a punto estaba de entregarle mi alma a Fray Alosebo, apareció de nadie sabe donde un caballero portando un pendón desconocido, en el únicamente se mostraba una solitaria ortiga y avanzó atravesando filas y filas de silentes como si allí no hubiera nada ya que estos caían a su paso como fulminados por rayo vengador. Finalmente dio alcance al malvado limosnero y con un certero golpe cercenó su cabeza, hubo una explosión de luz y oscuridad a un tiempo, nadie sabe que sucedió entonces pero lo cierto es que el caballero ortigado desapareció así como también lo hizo el limosnero.
Sus tropas libres de su cruel yugo cayeron como muñecos rotos para no volver a levantarse y los jenízaros viéndose en minoría y con la batalla perdida huyeron en busca de la seguridad del sultanato.
Quien era ese caballero, nadie lo sabe, lo único que se sabe que no era oriundo de tierras inguinales, unos dicen que vino de mas allá del muro, otros que mas allá del mar mercado, otros que salido del paramo. Yo no lo sé. Pero me mi corazón me dice que este caballero no era otro que Fray Alosebo hecho carne que vino a ayudar a su pueblo en su momento de mayor necesidad.
Y aquí acaba el relato de esta dura batalla donde perecieron miles de jóvenes inguinales pero su sacrificio no fue vano ya que gracias a ellos se conservó la libertad de la península y también se ganaron los terrenos que antes se conocían como Darklands.    

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