lunes, 19 de noviembre de 2018

El Exilio (IX)


Delenda est Skull

No tarde mucho en recuperarme, pues soy de naturaleza robusta y ante mí se alzaba aquel que había tomado por un fiero asesino y que no era otro que mi fiel Aurelio que una vez más acudía en mi rescate.

Los alopes mangueries que no me habían reconocido debido a mi pobre aspecto si lo habían hecho con el Aurelio, cuya fama había traspasado las fronteras de la tierra civilizada llegando hasta aquellas tierras baldías.

Y fue gracias a eso que salve la vida, la mía y la del puppet libre que, liberado a su vez de sus ataduras y de su cerval miedo a la muerte se mostraba ahora callado y circunspecto.
Me puse en pie y observé que los mangueries también habían callado y hacia nosotros avanzaba el que debiera ser su jefe tribal, aspecto este que deduje por el asombroso mostacho escrotal que exhibía impúdicamente y por el mimético parecido con el que adornaba la bandera de la antigua república de Manguara.

“He aquí al Aurelio, el héroe del páramo, que luchó contra los JALFPPO, que combatió heroicamente en la batalla de los campos alopécicos contra el despreciable fantasma del limosnero, que luchó con valor inusitado contra la enana en los salones de Oxfordseb en el transcurso de las guerras Unatas, aquel que ayudó a su señor en incontables ocasiones, que salvó a Don Aloseb en Manguaropolis, que combatió y fue herido en el rescate del oso oxfordsebita y de incontables heroicidades más, tantas que no hay hombre en el mundo que pueda comparársele” – Exclamó al llegar hasta nosotros – “Un hombre, - continuó- de lealtad inusitada, que entregó a su propio hijo, sebito, un violador de incapacitados, a la justicia, que ayudó a escapar y sobrevivir a Don Aloseb en las numerosas rebeliones a la que su reino se ha enfrentado y que, acompañándolo en sus viajes, a arrostrado innumerables penurias. Jamás la traición o el abandono han ensombrecido sus pensamientos por más que las ideas de aquel a quien seguía fueran erróneas, blasfemas, indignas o sencillamente desvaríos” – Dijo mientras me señalaba con la mano ante la multitud – “Y ahora viene hasta nosotros, acude aquí, interrumpe nuestra ceremonia y libera a los reos, lo que sin asomo de duda quiere decir que el despojo que se haya ante mí, por increíble que parezca decía la verdad y se trata del mismísimo Don Aloseb que por algún azar del destino ha acabado aquí de esta forma tan miserable. Y es por eso, por la memoria de los directores de la católica institución y del buen nombre del Aurelio que os permitiremos marchar y continuar vuestro viaje allí donde os lleve el destino, pues el pueblo manguarí es amigo de Oxfordseb como lo fue y lo es Manguara y su legítimo dux, allá donde él se encuentre.” 

A estas palabras le siguió una atronadora salva de aplausos proferida por todos los manguaries presentes, a la sazón todos, que veían elevado el concepto que tenían de si mismos, pero el Aurelio, que aún no había pronunciado palabra alguna comenzó a hacer gestos para acallar a la multitud mientras lo solicitaba con gritos y aspavientos, yo, entendiendo que quería narrarnos las desventuras sufridas en mi búsqueda uní mi voz y gestos a los suyos para que lo dejaran explicarse hasta que finalmente volvió a reinar la calma en aquella funesta plaza.
Aurelio – Le dije con la dignidad que pude reunir, que era poca, vistas mis circunstancias – Explíquese pues parece azorado por alguna dificultad-
Así es Don Aloseb – Replicó el fiel Aurelio – pues recordará que después del infructuoso segundo intento de rescate del oso fui herido por el demonio Skull Tatoo y quedé al cuidado del bandido Claus –
- En efecto –indiqué

Pues bien, quiso la fortuna que aquel bandido se había procurado de infinidad de ungüentos, hierbas y aceites milagrosos, de los que sin duda necesitaba en su vida montaraz, y gracias a ellos y a sus maternales cuidados fui sanando hasta recuperar mis fuerzas por entero y fue entonces cuando supe que se encontraba más allá del muro y en seguro peligro, como luego los actos presentes han tenido a bien en demostrar. Al saberlo no pude aguardar ni un instante y no demoré mi búsqueda saliendo a uña de caballo del campamento, atravesando el muro y los baldíos campos,  hasta llegar a este momento y a este rescate que acaba de producirse y ahora, si solo eso hubiera acontecido en mi ausencia podríamos irnos tranquilamente y continuar nuestro periplo allí donde fuera necesario, pero no es posible pues cuando salí del campamento de los bandoleros llegaban oscuras noticias de Oxfordseb, ahora Oxfordko. 

Después del segundo intento de rescate del oso, Skull había montado en cólera, había reunido un ejército y se dirigía hacia aquí con el objeto de capturarle vivo o muerto y llevarlo cargado de cadenas o de gusanos, según el caso, a las mazmorras de su reino inguinal.
He de decir – continúo el Aurelio- que el ejército ya se encuentra aquí, no demasiado lejos y los ciervos negros recorren día y noche los campos de más allá del muro para dar noticia a su amo Skull de vuestro paradero por lo que se hace imposible el llegar al muro sin ser capturados.
La alegría que me había invadido tras ser rescatado por el Aurelio trocó inmediatamente en sombríos pensamientos, pues si bien había escapado a la muerte de seguro no podría hacerlo de nuevo. Sería capturado por el malvado Skull ya que el disponía de un innumerable ejército alope y yo del Aurelio y de un puppet manumitido.

Durante un instante pensé en vestir al puppet con mis ropas y echarlo a los caminos para que fuera confundido, abatido o capturado por las tropas alopes en la creencia de estar ante mi persona mientras el Aurelio y yo escapábamos disfrazados de hilanderas húngaras de aquel atolladero, pero a decir verdad fue solo un instante pues aquel comportamiento indigno era el que me había llevado hasta aquella situación y Fray Alosebo no perdonaría otra ofensa a la institución que represento, y aquella idea sin duda lo seria.

Así pues me volví hacia al Aurelio y le comuniqué mis firmes intenciones de presentar batalla a aquel demonio, le liberé de su promesa pues así esquivaría la segura muerte que encontraría y agradecí al puppet su compañía liberándolo también de cualquier obligación hacia mí.

- Queridísimo Aurelio – procedí –tu inquebrantable lealtad esta fuera de toda duda, me has seguido por toda la geografía inguinal sin importar lo lejos que fuera, brindándome tu apoyo y tu amistad pero mal pagador sería si te obligara a este último e inútil esfuerzo. Skull ha venido a las tierras de sus antepasados a darme caza como a un perro y no volverá grupas si no es con mi persona, viva o muerta, en sus carromatos de intendencia, mañana al alba presentaré batalla al feroz demonio y sin duda encontrare la muerte, Oxfordseb caerá pero lo hará con honor y no es necesario que la sangre de más fieles oxfordsebitas bañen el campo de marte. Y tu –dije señalando al puppet –querido y noble puppet libre, con tus chanzas, bailes y otras habilidades propias de tu raza has aligerado la carga del camino, me has acompañado en esta odisea de descubrimiento interior sin esperar más pago que el de mi propia compañía y el de verte tratado como a un igual, cosa que por otra parte nunca ha sucedido, hasta ahora, que considerándote un inguinal de pleno derecho te libero a su vez de la carga de servirme y te conmino a que vuelvas con tu pueblo pues nada tiene ya estos nobles mangueries contra ti ni el demonio alope tiene cuitas contigo…

- Don Aloseb –interrumpió el Aurelio – en modo alguno os abandonaré en vuestra hora más oscura, hace años decidí servir a Oxfordseb hasta sus últimas consecuencias y no es usted si no el propio Oxfordseb hecho carne, por lo que si su decisión es enfrentarse al depilado ejército no lo hará solo y si hemos de morir en defensa de los ideales Oxfordsebitas así habrá de suceder.

- Don Aloseb – interrumpió a su vez el puppet al Aurelio – sé que soy un simple puppet, poco menos que una bestia y sin duda indigno de acompañarlo hasta a realizar los actos más bajunos y nefandos pero usted me ha tratado siempre con respeto y cariño y no encuentro mejor forma de devolver el cálido amor que siempre me ha tenido que morir a su lado como escudero y si su merced  lo permite, portando el estandarte oxfordsebita.

- Aloseb – interrumpió, en una cadena que parecía no tener fin, el jefe tribal de los manguaries –¿ es quizás ese tal Skull Tatoo el hechicero alope que actuando de consejero de Triple Gem I y hablando venenosamente a los oídos de este consiguió que nos expulsaran de nuestras tierras y nos condenó a una vida de penurias lejos de Manguaropolis nuestra tierra natal?, porque de ser así, y estoy seguro que así es podrás contar con nuestra compañía y tendrás un ejército a tus espaldas con el que derrotar al malvado brujo alope y poder vengar nuestras afrentas.

Así, cuando todo parecía perdido Fray Alosebo acudía de nuevo en mi ayuda, con el ejército manguarí apoyándome quizás pudiera hacer frente a las huestes del brujo y derrotarlo para después, aprovechando la inercia propia de movilizar tantos hombres continuar camino hasta las puertas de Oxfordseb y liberarlo del yugo alope de una vez por todas.

Así pues, el jefe tribal se marchó a reunir a su pueblo y reclutar en levas forzosas a todo aquel que hubiera cumplido los catorce años para devolver una afrenta olvidada y sucedida hacia cientos de años, así de rencorosos y vengativos son los alopes. Allí quedamos pues El Aurelio, el puppet y yo mismo que a modo de estado mayor estableceríamos los planes de combate para el día siguiente, labor que a fuer de ser sincero nos llevó poco tiempo, pues desconocíamos el número y ubicación del ejército enemigo y por tanto decidimos que acudiríamos en su búsqueda decidiendo el plan de acción más propicio una vez que hubiéramos llegado a las cercanías del ejercito enemigo y pudiéramos hacernos una idea de su fuerza.

En pocos días habíamos localizado al enemigo, se encontraban en una zona conocida como los cuernos femorales, allí había un pequeño valle en pendiente entre dos picos conocidos como ligamento y arteria cerca del rio orines. El astuto Skull, sabedor por sus ciervos negros que avanzábamos hacia él había optado por ocupar esa posición estratégica, en la zona superior de la loma y rodeados por cuerpos montañosos. De esa manera nos veríamos obligados a atacarle en una sola dirección sin posibilidad de rodearlos y en pendiente.

Su ejército estaba compuesto por miles de alopes y a pesar que el jefe tribal manguerí, llamado mandarino pues procedía de un rancio linaje que se remontaba a los cuerpo de mayordomía del limosnero (o eso decía), había conseguido atraer a todas las tribus de más allá del muro y los pendones con el bigote de manguara parecían un mar infinito los alopes puros nos superaban en número. 

Cruzamos el rio orines y ordené a las tropas que se detuvieran, el malvado brujo parecía tenerlo todo pensado, nuestra derrota era cosa segura y los volubles mangueries ya murmuraban palabras de deserción y abandono.

Desde nuestra posición veíamos claramente al ejercito enemigo, entre todos ellos se destacaban dos figuras, la del altivo Skull y la del oso oxfordsebita. Destacaban como luciérnagas en la oscuridad, el sol refulgía en la brillante calva del hechicero y casi se distinguían sus numerosos tatuajes de calaveras que adornaban todo su cuerpo, una por cada escroto afeitado decían, por el contrario la figura del oso era un canto a la decadencia, yacía a sus pies con una cadena al cuello y completamente afeitado, en su trémula piel se podía n adivinar los restos de moratones de las innumerables palizas recibidas a manos del alope y su secuaz presidencial. Dos lágrimas asomaron a mis ojos al ver a la otrora orgullosa bestia padeciendo de esa manera.

Mandarino acudió presto a mí para conminarme a dar la orden de ataque tan pronto fuera posible, no lo dijo pero yo sabía que temía que hubiera una deserción masiva.

- Contente Mandarino- le dije – pues aunque parezca que el astuto brujo nos ha ganado por la mano lo único que ha logrado es cavar su propia tumba en estos desolados parajes inguinales –pues desolados eran ya que más allá del rio orines solo había un caluroso valle sin más agua que la que proporcionaba el propio rio. 

- Levantamos aquí el campamento – ordené –que los vigías estén prestos por si el ejército se moviliza o ataca, de no hacerlo y creo que no lo hará pues la soberbia de Skull es legendaria y querrá atraernos a su posición más ventajosa, nos quedaremos aquí. Que tus hombres –dije a mandarino – no contesten a las provocaciones del enemigo. 

Y así se hizo, los días, largos pues era verano, fueron pasando sin que uno u otro ejército se moviera de sus posiciones, nosotros abajo en el rio, ellos arriba en el valle. Todas las mañanas Skull salía y afeitaba las pocas cerdas que pudieran haberle crecido al oso con la clara intención de provocar mi furia y que precipitara un ataque nada conveniente pero yo no hacía caso a sus trucos y ordenaba a mis hombres que se bañaran en el rio y jugaran alborozados a la vista de los alopes.

Poco a poco los alopes fueron cediendo en sus alaridos e insultos pues el calor y la falta de agua para dar a aquel inmenso ejército iban mermando sus fuerzas y sus ganas de fanfarronear, mientras que el nuestro estaba bien surtido de agua y alimentos. Al fin, cuando llevábamos allí acampados casi dos semanas observé de buena mañana inusitada actividad alrededor del oso, en un desesperado intento de hacer que los atacara el brujo Skull había construido una enorme cruz y se preparaba para crucificar al oso, en un espantoso remedo de las penurias de nuestro señor, gracias a Fray Alosebo aquella demencial idea no dio los frutos que el hechicero buscaba. Consiguieron ponerlo contra la cruz y sabe Dios de qué manera, le clavaron las zarpillas al travesaño, los alaridos del plantígrado helaban los corazones de mi tropa y hacían sangrar al mío por la tortura que estaba presenciando, desgraciadamente para Skull y por suerte para el oso, los torpes alopes no calcularon bien el peso del animal y cuando comenzaron a erguir la cruz para terminar su blasfemo ejercicio, el madero vertical se partió arrojando al oso rodando cuesta abajo. El Plantígrado al verse liberado comenzó a correr desesperado hacia nosotros en pos de su libertad y lejos de sus captores, Skull una vez repuesto de su asombro inicial estalló en una oleada de furia y comenzó a correr tras el animal y a su vez, su ejército viendo avanzar a su líder y sedientos como estaban interpretaron aquella algarada como una señal y prorrumpieron a correr en busca del líquido salvador.

Ese era el momento que esperábamos, hacia nosotros se acercaba el oso, Skull y todo su ejército sin dignidad marcial alguna, solo con el agua en sus cabezas y queriendo atravesar nuestras líneas para calmar su intensa sed.

Aquello se conocería después como la matanza de los cuernos femorales.

No ahondaré aquí en los detalles de dicha batalla, si es que batalla pudiera llamarse a lo que allí ocurrió, baste decir que los alopes desesperados por la falta de agua no intentaban siquiera atacarnos si no llegar a ella y eran abatidos con ferocidad por mi ejército, muchos de ellos murieron sin llegar al agua, otros perecieron ahogados al arrojarse al rio, otros tantos ejecutados mientras intentaban llevarse a los labios el líquido elemento. El oso libre de aquellos que tanto lo habían torturado y entre amigos diríase que se convirtió en un demonio y degollaba, mordía y despedazaba a cuantos alopes se cruzaban en su camino. El Aurelio asestaba golpes a diestro y siniestro y hasta en el puppet nació una ferocidad inusitada que le hizo abalanzarse sobre los alopes que caían a su paso como trigo maduro. En cuanto a mí, intenté dirigir aquello pero pronto se vio que era imposible e intenté dar con Skull y acabar allí mismo con el hechicero.

Muchos alopes murieron ese día pero el maligno Skull no se encontraba entre ellos, bien a través de su magia o de sus piernas pudo escapar de aquel atroz matadero sin que nadie lograra cruzar aceros con él.

Al terminar el día el rio orines pareciese de un enfermo de hematuria y los mangueries pintaban bigotes en los escrotos de los muertos.

El oso se encontraba junto a mí, su piel desnuda, roja con la sangre de los alopes, habíamos vencido. Skull había sido derrotado.

Aprovechando el momento de euforia, y porque no decirlo el hecho de que habíamos perdido poquísimos hombres, me animé a prometer a aquellos mangueries la recuperación de sus tierras ancestrales si se avenían a cruzar conmigo el muro y recuperar el colegio.

Poco más me extenderé en este largo relato de desventuras, cruzamos el muro capitaneando una nutrida tropa manguerí, atravesamos sierra ingle, extrañamente vacía de bandidos, pues sabe Fray Alosebo donde andaría aquel gañan y llegamos hasta los mismos muros de Oxfordseb.

Allí vimos a los alopes nerviosos y escasos pues como supimos después el presidente sabedor de la derrota de Skull y de que mi ejército avanzaba hacia mi antigua capital huyó a su negro castillo de muscleland dejando allí solo a los cobardes, débiles y tullidos. La rendición de la plaza fue casi inmediata y entré en Oxfordseb en un carro tirado por el oso que ya lucia orgullosos una pelusilla que en breve se convertiría en lustrosa pelambre. 

El pueblo oxfordsebita, arrepentido ya de su traición por aquellas barbacoas  que tanto mal habían traído a la ciudad, me vitoreaba a mi paso y arrojaban pétalos de rosa desde los balcones. En el carro me acompañaba a un lado el puppet portando sobre mi cabeza una corona de laurel y al otro el Aurelio que susurraba a mi oído “Respice post te, hominem te esse memento”
Detrás el ejército manguerí que desfilaba de nuevo a este lado de la península después de tantos años.

El sillón de director me esperaba, volvía a Oxfordseb.






















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