miércoles, 21 de noviembre de 2018

Diario de un bandolero. Auge y caida del Tortilla


Inguinalia

Ayer se marchó Ko, al parecer la carriles estaba intentando hacerse con el mando de Koland aprovechando el vacío de poder, estaba preocupado y lo deje marchar. Echare de menos nuestros paseos al atardecer y nuestras charlas intimas en la tienda, pero no se puede retener el alma libre de un salvaje.

El Aurelio está mejorando mucho gracias a mis cuidados, no deja de preguntar por Aloseb, creo que está preocupado. Le he dicho que anda de recogimiento espiritual, pero me temo que no me cree.
Hoy he discutido con el Aurelio, se encuentra mucho mejor y me ha exigido saber dónde se encuentra su señor, al principio intenté mantener la ficción del viaje espiritual pero el Aurelio no me creyó. He tenido que decirle la verdad.

Al caer la tarde ha partido el Aurelio. ¡Que buen vasallo seria, si tuviese buen señor!

Los días pasan y cada vez noto más la ausencia de mis compañeros, mis hombres son recios y varoniles, pero en su mayoría analfabetos e iletrados cuando no directamente oligofrénicos.
Me siento abandonado por la luz de la razón, mi plan, brillante en sus inicios no parece refulgir como antaño, he descuidado mis obligaciones como jefe y me comporto de forma huraña y distante con mis hombres, que no han dejado de notar tal extremo a pesar de su sinrazón y se suceden las peleas y deserciones en el campamento.

Hace dos semanas estalló una epidemia de disentería o de cólera o de yo que se, pero todos los días tenemos que enterrar a media docena de hombres, bueno enterrábamos a media docena porque entre los que han caído y los que han desertado cada vez quedamos menos.

Ayer murió el cenutrio, mi mejor hombre y el último que me quedaba, no se llamaba así claro está, pero me parecía un buen nombre y a el acudía cuando así lo nombraba. Hace tiempo y a falta de otros interlocutores válidos tomé la costumbre de hablar con él, nunca contestaba ni interrumpía, quizás fuera mudo, no lo sé. El caso es que me gustaba hablar con él, pasaba horas dejando fluir en palabras mis pensamientos y el me miraba en silencio con arrobo, creo que no entendía nada, pero para mí era agradable hablar con alguien. 

Lo he enterrado en la loma cerca de la granja, he puesto unas piedras sobre su tumba como señal por si tuviera familia y quisieran llorarle.

Soy un bandido sin banda, una compañía de hombres libres sin hombres, un salteador sin caminos, un bandolero sin víctimas.

En las dos últimas semanas solo he comido raíces, tuve que tirar la comida que quedaba en el campamento por si estuviera infectada y ya no queda nada, quizás debí hacerlo antes, no lo se. Mi cinturón lo herví ayer para hacer una sopa y apenas me quedan fuerzas.

Hoy, al perseguir a un erizo se me han caído los pantalones y al tropezar he caído rodando por la ladera, el erizo ha escapado dejándome magullado, sucio y con la ropa hecha jirones. También esto ha servido para darme cuenta del mucho peso que he perdido en el último mes.

Debo marcharme de esta sierra o pereceré en ella. ¿Pero dónde ir? Oxfordseb, tisisland y cualquier otro reino civilizado están descartados, me apresarían en cuanto me vieran y daría con mis huesos en la cárcel. A territorio alope tampoco puedo ir. Solo me queda ir a las darklands, al dungeon, quizás allí encuentre acomodo.  

El Dungeon, un establecimiento de la peor especie. Parece que llevara allí mas de cien años, su fachada está sucia y desportillada y la o del letrero que lo anuncia cuelga de desvencijada del cartel, el neón que en su día recorrió alegre por los tubos del letrero hoy apenas se ve en las letras que aún lo conservan.

Esquivo varias motocicletas que se encuentran en la puerta, algunas en pie, otras en el suelo, todas desordenadas y como dejadas por sus dueños allá donde mejor les pareciese. Algunas deben llevar allí un tiempo pues el óxido reclama las partes que quedan a la intemperie.

La puerta chirria sonoramente cuando la empujo para entrar y una nube de humo escapa de su interior, dentro esta oscuro, en su día debió ser muy luminoso pues dos lamparas de araña cuelgan de los techos como un homenaje a lo que fue. Ahora apenas un cuarto de las lamparas encienden y la mugre en los cristales de las ventanas impiden que entre la luz.

En la penumbra adivino varias mesas distribuidas por el salón, algunos parroquianos beben en silencio, otros duermen con la cabeza sobre las mesas y alguno en el suelo. Al fondo en una especie de tarima un ser semidesnudo y con la cara pintarrajeada en un remedo de maquillaje baila al son de una música que hace mucho dejó de sonar.

Me acerco a una barra desportillada y pegajosa por el efecto de innumerables líquidos derramados, muchos de ellos orgánicos. El tabernero limpia distraídamente con un trapo un segmento de la barra, siempre el mismo. Me acerco a él.

-          Quisiera ver al Gerente -Le espeto – busco trabajo

El tabernero me mira, mira el trapo, se da cuenta que hace mucho dejó de estar limpio, lo tira más allá de la barra y vuelve a mirarme.  Así que trabajo, ¿eh?, el gerente, ¿Eh? – me escupe las palabras mientras se limpia las manos en la sucia camisa que lleva. – Don enana no está, ha ido al simpli, vendrá esta noche – con estas palabras rebusca detrás de la barra y saca otro trapo, quizás más sucio que el anterior, quizás el mismo, no puedo verlo bien con la escasa luz, y continua sus mecánicos movimientos de limpieza.

Me doy la vuelta y me apoyo en la barra, el ser que bailaba cuando entré ha sido sustituido por otros dos, parece que uno de ellos lleva una sotana con una portañuela trasera, el otro va desnudo. Están gritando y dando aspavientos, tardo un rato en darme cuenta que están representando una obra de teatro, apenas se les entiende, se traban e interrumpen el uno al otro, parecen drogados. Un parroquiano se levanta, parece enfadado y agita una botella en su mano, grita algo sobre que es la peor representación que ha visto en su vida de “Aloseb el alope” y ha visto muchas, deduzco por sus palabras. Parece estar ebrio, llega al escenario, tropieza y cae de bruces sobre el. Da un par de estertores, vomita y no vuelve a moverse. Los actores, que habían parado la representación le dan una patada para sacarlo del escenario y prosiguen con sus gritos.

-          Póngame un güisqui, mejor la botella – le digo al cantinero. 

Este me mira con sus ojos porcinos y no parece que vaya a moverse. Entiendo que viendo mi deplorable aspecto no se fie de mí. Saco un manguaravedi y lo pongo encima de la barra, es el último que me queda. En un solo movimiento desaparece la moneda y en su lugar aparece una botella llena de un líquido marrón y un vaso, también marrón, aunque diría que el día de la inauguración del dungeon no sería de ese color. Cojo ambos objetos y me siento en una mesa a esperar, no hay ninguna vacía así que elijo una con un parroquiano, esta de espaldas al escenario, me siento enfrente.
-          Si no tiene inconveniente me sentaré aquí – le digo – podemos compartir la botella si usted gusta.
Sin esperar su respuesta lleno su vaso, luego el mío. Bebo, no parece güisqui, no sabe a güisqui, no importa, quema la garganta y engaña al estomago.

Empiezo a hablar con mi contertulio, algo hay que hacer para matar el tiempo, primero generalidades, luego sigo, me recuerda mucho al cenutrio, apenas habla, solo me mira fijo y me parece verlo asentir. Poco a poco, quizás por el efecto del brebaje o puede que por la franca atención del parroquiano me voy soltando, lo cuento todo, como llegué a convertirme en el terror inguinal, el azote de Dios, como robé, secuestré y me hice rico, como conseguí amigos y como los perdí, como llegue a ser capitán de una compañía de mercenarios y como se perdieron, como seguían un plan que nunca llegué a concretar porque nunca existió. Bebo, rompo a llorar, blasfemo y maldigo mi suerte, creo que incluso grito pero sobre todo bebo. Mi acompañante solo mira, no bebe, en un momento dado mi botella se acaba, cojo la suya a medio acabar y la termino, finalmente me acabo bebiendo también su vaso.
Ha pasado toda la tarde, es ya de noche y allí seguimos, dos hombres perdidos en lo mas hondo de nuestra desgracia, y borrachos, sobre todo borrachos. El tabernero se acerca 

-          - Don enana lo espera, vaya a su despacho, detrás de la barra

Señala una puerta desvencijada y hace ademan de que me levante, lo hago. Pero antes de marcharme quiero agradecerle a mi silente compañero por su paciente escucha, me ha ayudado mucho, he vaciado mi alma. Le doy una palmada agradecida al pasar hacia el despacho y cae de bruces sobre la mesa, esta frio, muerto. Probablemente estuviera muerto desde antes que me sentara.

Rodeé la barra y entré en el despacho del gerente mientras escuchaba farfullar al cantinero protestando por tener que limpiar, otra vez.

El despacho, si es que a esa barahúnda podía llamársele así era una pieza pequeña, desordenada como todo aquello, una mesa semioculta por cientos de papeles, botellas vacías y cajas de cartón se escondía al fondo. Detrás de ella estaba el gerente leyendo distraído algún informe.

-          Así que buscando trabajo, ¿no? – me dijo desde detrás de aquella zahúrda 

-           Así es Don Enana, no carezco ni de motivación ni de habilidad, he observado que el local necesita de algún mantenimiento y he pensado que podría… 

-           ¿Sabes bailar? – me cortó el gerente – 

-             Eh,oh, ¿bailar?- Le conteste aún entre los vapores alcohólicos – no, bailar no  pero podría limpiar         el establecimiento y hacer pequeños arreglos y ….

-            No me sirves –interrumpió el gerente – Si no vas a consumir haz el favor de largarte

Caí de rodillas mientras las lágrimas anegaban mi rostro – Por favor Don Enana, atienda mis ruegos, no puedo volver ahí fuera, llevo días sin comer y he gastado mi última moneda hablando con un muerto, bailaré si es lo que se precisa, haré lo que haga falta. – Terminé de decir entre lágrimas.

Bien, bien , bien , esto es otra cosa – Dijo el gerente mientras se levantaba y rodeaba los múltiples objetos que se encontraban tirados por la habitación – entonces ya solo queda por hacer una pregunta – musitó mientras se acercaba a mi posición – Dime, Exactamente, ¿Cuánto deseas este trabajo?

La puerta se cerró a mi espalda

Llevo meses en el dungeon, sirvo copas, bailo semidesnudo para los clientes y a veces hago obras de teatro como “Aloseb el alope” o “El oso de Oxfordseb”, también estoy de correturnos en el simpli. 

Esto es un antro de perdición que te come vivo poco a poco, a veces mientras devoro mi plato de gachas frías me pregunto si no hubiera sido mejor perecer en la abandonada foresta de sierra ingle.

Don enana, que al principio me pareció un déspota, un inmoral y un negrero pronto demostró que no era así, si no mucho peor, sospecho que muchas noches nos pone droga en el cola cao para tenernos controlados, no permite la más mínima iniciativa y cualquier fallo se castiga con turnos dobles en las cabinas de baile, y cuando bebe es peor, hay que quitarse de su camino ya que a veces en sus desvaríos etílicos nos confunde con aloseb y se lanza sobre nosotros con furia asesina.

Hace unos días, el Obdulio, un buen chaval, refugiado de Manguaropolis, tuvo la desgracia de cruzarse con el cuándo iba caracterizado de sacerdote, la enana lo confundió con aloseb y se lanzó sobre el con furia asesina, fueron necesarios cinco hombres para separarlo y cuando lo hicimos le había rajado toda la cara con una navaja. Al día siguiente lo puso en la calle, - Nadie va a querer a un puto con la cara marcada – dijo, el Obdulio lloró, suplicó, se arrastró ante él, pero de nada sirvió, la enana lo trató con implacable desprecio y lo obligó a irse.

Hoy hemos sabido que anoche una patrulla de los vigilantes del muro lo encontró congelado debajo de un risco, estaba hecho un ovillo, como queriendo protegerse del frio y a su lado los restos de su maletín de maquillaje, un relicario con una estampa de Fray Alosebo y unas ramitas de abedul. Parece que había intentado hacer fuego para protegerse del frio.

He tomado la determinación de acabar con mi vida, me ahorcaré en el porche al acabar mi turno.

-        ¡Baila muchacho, baila para mí! – oigo la voz que viene desde fuera de la cabina como entre nieblas y sigo agitando mi cuerpo desnudo y pintarrajeado de forma mecánica y artificial, Don enana puede ser el dueño de mi cuerpo pero mi mente me pertenece y solo quiero acabar con el turno y con todo.
-        
          Vamos, vamos, baila para mi esta última noche, pues mañana zarparemos y no sabemos que encontraremos más allá del mercado – poco a poco sus palabras se fueron abriendo paso hacia la parte consciente de mi cerebro - ¡Como dice!, ¿Dónde van? – Grité mientras me arrojaba al ventanuco por donde miraban los usuarios de las cabinas, ventanucos en los que Don Enana había sustraído los cristales, pagan mas si pueden coger algo de carne, decía. 

-        Tranquilo muchacho, mañana saldremos hacia lo desconocido, cruzaremos el mar mercado en busca de nuevas tierras que dicen se encuentran al oeste, sacristalia les llaman, tierra de oportunidad y libertad donde un hombre de baja cuna pero de probada determinación puede hacer fortuna.

-          Por favor, déjeme enrolarme en la tripulación, déjeme ir con ustedes – imploré en cuclillas desde el ventanuco

-          Pero a ver muchacho, ¿tú sabes algo de la vida marinera? – dijo el hombre que estaba en el cubículo

-          Aprenderé buen señor, soy rápido de ingenio y de manos, no soy perezoso y si de carácter vivo, déjeme ir, no se arrepentirá

-          Calma, calma – dijo – no has de preocuparte ya que si quieres vendrás, no nos sobran las manos dispuestas y si no sirves de nada, como sospecho, siempre viene bien tener una camarera de a bordo en los viajes largos.

La enana echaba espumarajos por la boca cuando en su despacho le dije que me iba, había estado bebiendo y revolcándose en su propia ignominia y no estaba del mejor humor, intentó golpearme pero yo, que había llevado una vida montaraz estaba curtido en batallas de taberna. Lo esquive y le di un golpe en la nuca que lo arrojó al suelo, luego me di la vuelta y me fui mientras me gritaba que se lo debía todo, que me arrepentiría y que cuando volviera me echaría a los perros. 

No pensaba volver a aquel lugar infecto y perdido en la memoria de Dios, iba a nueva tierra, donde nadie me conocía y podría labrarme un futuro honorable. El bandolero quedaba atrás.

Atrás quedaba inguinalia, Sacristalia me esperaba.




 






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