martes, 3 de octubre de 2017

El Exilio (I)



Una vez más me veo impelido a abandonar mi querida Oxfordseb, una vez más mi fiel Aurelio me acompaña en tan desagradable trance. El Impaciente pueblo oxfordsebita ha vuelto a levantarse en armas contra mí y la Rota romana, siempre celosa de su poder, me ha destituido de mi cargo como director.

Una vez más me veo huyendo por los caminos como un bandolero, nuevamente y con apenas tiempo para hacer el petate tuve que volver a salir por los sotanos del colegio y escapar como un ladrón al abrigo de la noche.

Todo comenzó con un disgusto del pueblo por no se que ordenanza o norma para la celebración de barbacoas, al parecer los oxfordsebitas aman las reuniones en torno a una parrilla y como por seguridad habíamos endurecido las normas para su celebración las barbacoas ya no podían celebrarse con la facilidad de antaño. Esto enfureció al pueblo que al grito de “A las barbacoas” tomó la plaza de feddal, a la que en breve cambiaremos el nombre por plaza de la revolución pues no son pocas las que han comenzado en dicha sitio o quizás mande destruirla y cavar un foso en su lugar para proteger debidamente el colegio.

Lo que al principio tome como una excéntrica protesta de unos pocos que podría solventar de un metafórico papirotazo pronto vimos que se había convertido en un movimiento imparable. Si a la mañana eran dos o tres familias las que se sentaban en la plaza delante de sus barbacoas silenciosas a la tarde eran cientos, miles a la noche e innumerables al despuntar el día.
Pensé en tomar medidas y enviar a los caballeros de la sangre de fray alosebo a disolver la silente manifestación pero el Aurelio me aconsejó prudencia, lo que a la postre se reveló como un error ya que cuando por fin envié a los caballeros a que disolvieran aquella reunión de campistas era tarde. La multitud, al ver a la guardia acercarse los instó a unirse a su movimiento y la sedición o las ganas de hacer una barbacoa hizo el resto. Como pasa en todas las reuniones de más de 5 personas, si esta se dilata el tiempo suficiente acaba apareciendo la violencia, unas pocas piedras, unos gritos contra aloseb, algunos insultos y en breve lapso estaban asaltando el colegio, arrojando sus barbacoas a las cristaleras que protegen del viento el claustro exterior.

Por suerte, el Aurelio, curtido ya en esto de las turbamultas se anduvo vivo y aprovechando su antiguo carromato donde trasladaba a los alumnos díscolos a fpseb me instó a ataviarme como una campesina de la tundra mientras él hacia lo propio pero de masculinas maneras y asi pudimos escapar del colegio justo antes de que la multitud venciera la resistencia de las puertas de roble del despacho de dirección.

Tomamos pues camino hacia manguaropolis, movidos por un doble motivo, por un lado y visto que de nuevo tenía que huir la ciudad hermana de manguara se antojaba como un destino preferente donde podría ser tratado como merezco y además, el infame aspecto que teníamos cuadraba perfectamente con la locura que estaba viviendo la zona en manos de mangüer y mangui por lo que dos orates se dirigieran hacia allí no causaría extrañeza en las gentes que por el camino nos encontráramos.
Y por si esto fuera poco, el Aurelio ansiaba volver a ver a su traidor y malvado hijo, sebito, a la sazón valido de Mangui.

Así pues tomamos la carretera de Don Jose, camino que cruza la tierra inguinal de cabo a rabo y nos dispusimos a llegar prestamente a la frontera antes de que algún desaprensivo nos identificara y acabara dando con mis huesos en algún oscuro presidio.

La noche era cerrada y sin luna por lo que juzgamos que no nos sería difícil alcanzar la relativa seguridad de la frontera. Mas una vez mas erramos en nuestros precipitados cálculos. De resultas de la revuelta el pueblo entero de oxfordseb, conocedor que la norma de las barbacoas había sido derogada, se lanzó de manera inmediata a los campos, caminos, terrenos, fincas y en suma a cualquier lugar que pudiera ser susceptible de convertirse en cuna de una barbacoa improvisada. Por todos sitios donde pasábamos no se veían mas que gentes alegremente celebrando la fiesta de la asadura y debido a que las barbacoas necesitan del fuego para vivir y que había miles de ellas, más que de noche pareciase aquello pleno día.

El miedo se instaló en nuestros corazones ya que si alguno de aquellos furibundos campistas que se acercaban a ofrecernos chistorras, carne o hamburguesas hubiera reconocido en la pacata campesina que les negaba los favores y atenciones al regidor huido de oxfordseb poco hubiéramos durado y el Aurelio y yo mismo descansaríamos ahora en alguna cuneta cuando no como vivo alimento del fuego barbacoil. 

Quiso Fray alosebo que ninguno de ellos se percatara de la verdad y no fui reconocido, pero el mismo santo no quiso ahorrarme a su vez la espantosa visión de un pueblo enloquecido por el odio hacia su legitimo señor. Pues vine a ver que en cada barbacoa y festividad, en cada reunión de las muchas que se hallaban a lo largo del camino, se encontraba un triste muñeco que los niños golpeaban y al que arrojaban los desperdicios del refrigerio. Extrañado por la repetitiva presencia del muñeco interpelé al Aurelio por la finalidad de este, pero el Aurelio no quiso o no pudo desvelarme el misterio. No importó demasiado el fin del muñeco se encontraba cerca, tanto en su acepción de finalidad como físicamente. Llegada el alba y encontrándonos cerca dela frontera vi que el muñeco no era más que un triste remedo de mi efigie que cada campista había construido, con mayor o menor fortuna, y al que se dedicaban a humillar y golpear y hasta orinar, los más exaltados. Al empezar a amanecer todos los grupos de barbacoas agarraron al muñeco y lo arrojaron a las últimas brasas de las barbacoas con el doble objeto de avivar sus llamas y cometer un improvisado pero efectivo auto de fe multitudinario con ejemplarizante castigo en efigie.

Así, con esta última visión, la de mis compatriotas por los que he dado todo quemándome en efigie, atravesé terminables entre disminuidos y sanguinarios.
Esperaba encontrar la paz en manguaropolis y recabar la ayuda que necesitaba para poder volver a sentarme en el sillón de dirección del colegio.


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