Una vez más me veo impelido a abandonar mi querida
Oxfordseb, una vez más mi fiel Aurelio me acompaña en tan desagradable trance.
El Impaciente pueblo oxfordsebita ha vuelto a levantarse en armas contra mí y
la Rota romana, siempre celosa de su poder, me ha destituido de mi cargo como
director.
Una vez más me veo huyendo por los caminos como un
bandolero, nuevamente y con apenas tiempo para hacer el petate tuve que volver
a salir por los sotanos del colegio y escapar como un ladrón al abrigo de la
noche.
Todo comenzó con un disgusto del pueblo por no se que
ordenanza o norma para la celebración de barbacoas, al parecer los
oxfordsebitas aman las reuniones en torno a una parrilla y como por seguridad habíamos
endurecido las normas para su celebración las barbacoas ya no podían celebrarse
con la facilidad de antaño. Esto enfureció al pueblo que al grito de “A las
barbacoas” tomó la plaza de feddal, a la que en breve cambiaremos el nombre por
plaza de la revolución pues no son pocas las que han comenzado en dicha sitio o
quizás mande destruirla y cavar un foso en su lugar para proteger debidamente
el colegio.
Lo que al principio tome como una excéntrica protesta de
unos pocos que podría solventar de un metafórico papirotazo pronto vimos que se
había convertido en un movimiento imparable. Si a la mañana eran dos o tres
familias las que se sentaban en la plaza delante de sus barbacoas silenciosas a
la tarde eran cientos, miles a la noche e innumerables al despuntar el día.
Pensé en tomar medidas y enviar a los caballeros de la
sangre de fray alosebo a disolver la silente manifestación pero el Aurelio me
aconsejó prudencia, lo que a la postre se reveló como un error ya que cuando
por fin envié a los caballeros a que disolvieran aquella reunión de campistas
era tarde. La multitud, al ver a la guardia acercarse los instó a unirse a su
movimiento y la sedición o las ganas de hacer una barbacoa hizo el resto. Como
pasa en todas las reuniones de más de 5 personas, si esta se dilata el tiempo
suficiente acaba apareciendo la violencia, unas pocas piedras, unos gritos
contra aloseb, algunos insultos y en breve lapso estaban asaltando el colegio,
arrojando sus barbacoas a las cristaleras que protegen del viento el claustro
exterior.
Por suerte, el Aurelio, curtido ya en esto de las turbamultas
se anduvo vivo y aprovechando su antiguo carromato donde trasladaba a los
alumnos díscolos a fpseb me instó a ataviarme como una campesina de la tundra mientras
él hacia lo propio pero de masculinas maneras y asi pudimos escapar del colegio
justo antes de que la multitud venciera la resistencia de las puertas de roble
del despacho de dirección.
Tomamos pues camino hacia manguaropolis, movidos por un
doble motivo, por un lado y visto que de nuevo tenía que huir la ciudad hermana
de manguara se antojaba como un destino preferente donde podría ser tratado
como merezco y además, el infame aspecto que teníamos cuadraba perfectamente
con la locura que estaba viviendo la zona en manos de mangüer y mangui por lo
que dos orates se dirigieran hacia allí no causaría extrañeza en las gentes que
por el camino nos encontráramos.
Y por si esto fuera poco, el Aurelio ansiaba volver a ver a
su traidor y malvado hijo, sebito, a la sazón valido de Mangui.
Así pues tomamos la carretera de Don Jose, camino que cruza
la tierra inguinal de cabo a rabo y nos dispusimos a llegar prestamente a la
frontera antes de que algún desaprensivo nos identificara y acabara dando con
mis huesos en algún oscuro presidio.
La noche era cerrada y sin luna por lo que juzgamos que no
nos sería difícil alcanzar la relativa seguridad de la frontera. Mas una vez
mas erramos en nuestros precipitados cálculos. De resultas de la revuelta el
pueblo entero de oxfordseb, conocedor que la norma de las barbacoas había sido
derogada, se lanzó de manera inmediata a los campos, caminos, terrenos, fincas
y en suma a cualquier lugar que pudiera ser susceptible de convertirse en cuna
de una barbacoa improvisada. Por todos sitios donde pasábamos no se veían mas
que gentes alegremente celebrando la fiesta de la asadura y debido a que las
barbacoas necesitan del fuego para vivir y que había miles de ellas, más que de
noche pareciase aquello pleno día.
El miedo se instaló en nuestros corazones ya que si alguno de
aquellos furibundos campistas que se acercaban a ofrecernos chistorras, carne o
hamburguesas hubiera reconocido en la pacata campesina que les negaba los
favores y atenciones al regidor huido de oxfordseb poco hubiéramos durado y el
Aurelio y yo mismo descansaríamos ahora en alguna cuneta cuando no como vivo
alimento del fuego barbacoil.
Quiso Fray alosebo que ninguno de ellos se percatara de la
verdad y no fui reconocido, pero el mismo santo no quiso ahorrarme a su vez la
espantosa visión de un pueblo enloquecido por el odio hacia su legitimo señor.
Pues vine a ver que en cada barbacoa y festividad, en cada reunión de las
muchas que se hallaban a lo largo del camino, se encontraba un triste muñeco
que los niños golpeaban y al que arrojaban los desperdicios del refrigerio.
Extrañado por la repetitiva presencia del muñeco interpelé al Aurelio por la
finalidad de este, pero el Aurelio no quiso o no pudo desvelarme el misterio.
No importó demasiado el fin del muñeco se encontraba cerca, tanto en su acepción
de finalidad como físicamente. Llegada el alba y encontrándonos cerca dela
frontera vi que el muñeco no era más que un triste remedo de mi efigie que cada
campista había construido, con mayor o menor fortuna, y al que se dedicaban a
humillar y golpear y hasta orinar, los más exaltados. Al empezar a amanecer
todos los grupos de barbacoas agarraron al muñeco y lo arrojaron a las últimas
brasas de las barbacoas con el doble objeto de avivar sus llamas y cometer un
improvisado pero efectivo auto de fe multitudinario con ejemplarizante castigo
en efigie.
Así, con esta última visión, la de mis compatriotas por los
que he dado todo quemándome en efigie, atravesé terminables entre disminuidos y
sanguinarios.
Esperaba encontrar la paz en manguaropolis y recabar la
ayuda que necesitaba para poder volver a sentarme en el sillón de dirección del
colegio.
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